Las fronteras de la xenofobia más allá de los carteles

Por El Armadillo

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23 de agosto de 2024

La definición que se recita de memoria no siempre es útil para abordar la complejidad de un fenómeno como este, y mucho menos cuando, en casos como el de Medellín, existen relaciones de poder tan desiguales entre locales y algunos extranjeros.


En mayo de 2024, a raíz de los mensajes en rechazo a la explotación sexual que aparecieron en carteles pegados en varios puntos del barrio El Poblado, en Medellín, El Colombiano publicó un artículo en el que dice: “Los carteles son la materialización de una xenofobia que puede derivar en un freno al turismo del que hoy vive una parte importante de la población de la ciudad”. Esto, a partir de una conversación con el antropólogo Gregorio Henríquez.

Henríquez no fue la única fuente que habló con preocupación del efecto que podrían tener mensajes como “No gringos. Impidan que los colonizadores inflen los precios” o “Touching kids makes you a rapist” (con su traducción: “Tocar a lxs niñxs te hace un violador”). Pero sí fue el único al que se le atribuyó que los calificara como xenófobos (aunque sin una cita directa en la que use la palabra). 

Esa publicación de El Colombiano fue retomada luego por otros medios, como Infobae, API y MiOriente, que replicaron casi la misma información.

Desde que Medellín se volvió un destino de moda para nómadas digitales y otras formas de turismo —incluido el que demanda sexo a cambio de dinero—, hace parte de un debate que también viene ocurriendo en ciudades como Barcelona. En esa ciudad a orillas del Mediterráneo, el 33,6 % de los residentes nació en el extranjero y desde 2028 quedará prohibido el alquiler de apartamentos a turistas debido a su impacto en el costo de vida. También allí se dio, en julio, una manifestación en la que cientos de habitantes rociaban con pistolas de agua a visitantes extranjeros en el espacio público: “Vayan a casa”, les decían.

Ciudad de México vive una situación parecida, pero con un matiz que la acerca más a Medellín: en lugar de tratarse de una gran ciudad de un país “desarrollado”, se trata de sociedades con desventaja cambiaria respecto a los turistas extranjeros provenientes de países ricos.

En un video en TikTok del medio mexicano Ruido en la Red, una periodista le pregunta a otra sobre las reacciones de los habitantes de Ciudad de México: 

—Oye, ¿y no estaremos cayendo en xenofobia? 

La otra le responde con una definición de manual, una pregunta retórica y una afirmación tajante: 

—La xenofobia es el rechazo a los extranjeros, que muchas veces se traduce en segregación. ¿Y quiénes son los que están siendo segregados ahora? Exacto, los locales.

Fronteras en tensión

Los fenómenos sociales siempre son más complejos que la definición con la que los diccionarios los simplifican. Por eso, la xenofobia resiste discusiones que van mucho más lejos que la simple “fobia a lo extranjero”.

Juan Pablo Rangel, investigador de temas migratorios de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), explica que la xenofobia es una subespecie dentro de una categoría más genérica que es la discriminación. Es decir, se trata de una forma de discriminación específica respecto a un otro que se considera ajeno o extraño.

Para explicar cómo funciona la xenofobia utiliza la teoría del “chivo expiatorio”, que consiste en la construcción de una identidad colectiva externa como la responsable de algún problema social (aunque no lo sea). Un ejemplo fue el señalamiento generalizado a las personas venezolanas durante el paro nacional. 

Rangel dice que con el fenómeno de Medellín también hay “una instrumentalización de los migrantes, en este caso de los gringos, para expiar la culpa completa de la explotación sexual”, como si quitarlos de la ecuación de la ciudad pudiera eliminar la ocurrencia del delito.

Para la periodista Ginna Morelo, con experiencia en cubrimiento de migraciones, ese rechazo a lo distinto que “amenaza” cierta zona de seguridad puede darse en distintos niveles, desde el rechazo, hasta la estigmatización y la agresión directa.

Ella explica que dentro de la xenofobia hay fenómenos más específicos. En 1995, la filósofa Adela Cortina acuñó el concepto de “aporofobia” para explicar que en muchos contextos quienes son rechazados no son los extranjeros, en general, sino los pobres en particular. “Hay un espectro más específico para anclar esos odios y aversiones hacia los distintos; sigue siendo xenofobia, pero lo que empezamos a ver es que si las personas que llegan de otros lugares tienen menos recursos, esa estigmatización y odio es más fuerte”, dice Morelo.

Y es que uno de los aspectos que más tensionan la posibilidad de calificar como xenofobia lo que ocurre en estas ciudades tiene que ver con las relaciones de poder que atraviesan el fenómeno; y una parte de esas relaciones está mediada por la desigualdad económica. Pero Morelo hace una salvedad. Para ella, el solo hecho de que un grupo considere molesto un acento que le resulta ajeno configura una conducta xenófoba. “No podemos generalizar, yo he conocido experiencias de sociedades que han recibido a ciudadanos con mayor poder adquisitivo y mayor nivel de estudios y se configura el mismo rechazo”

De hecho, una investigación de Maryluz Vallejo, profesora de la Pontificia Universidad Javeriana, rastrea la xenofobia en Colombia durante el siglo XX y muestra que el país rechazó a ciudadanos de países europeos por razones más ideológicas que económicas.

El politólogo y abogado Juan Camilo Rúa, investigador de migración y movilidad humana, problematiza la amplitud con la que se habla de la xenofobia. Para él, es necesario diferenciar entre la xenofobia, como un comportamiento general, y la discriminación por razones de nacionalidad, que está definida en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, por ejemplo, como una forma de discriminación en la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial y en el mandato de la Relatoría Especial de Naciones Unidas sobre las formas contemporáneas de discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia . 

Rúa explica que, en términos generales, la diferencia es que una conducta xenófoba no necesariamente conduce a una restricción de los derechos y libertades de otra persona —un comentario desobligante, por ejemplo—, mientras que la discriminación sí afecta directamente el goce de estos. Y para él es clave que el grupo discriminado sea percibido como “inferior” por el otro grupo. 

Entonces, pone la discusión de nuevo en el contexto de Medellín: “Uno debería partir de preguntarse por qué esta discusión sobre la xenofobia empezó de manera tan clara cuando empezó el rechazo hacia los nómadas digitales”, cuando la ciudad y el país han tenido actitudes xenófobas desde antes contra las personas venezolanas, principalmente, pero también contra migrantes haitianos o de países africanos: “Ahí no tuvimos tanta preocupación o conversaciones alrededor de la xenofobia”, dice. De hecho, una investigación de la FIP y la Fundación Konrad Adenauer concluyó en 2023 que, de las ciudades principales, Medellín es donde menos porcentaje de empresas contratan venezolanos.

Para Rúa, es necesario diferenciar entre una población como los extranjeros que vienen del Norte global (Europa y Estados Unidos, principalmente), que no llegan a la ciudad en situación de vulnerabilidad ni con su ciudadanía en cuestión, y los migrantes venezolanos, con derechos básicos vulnerados y cuya ciudadanía legal suele estar en duda, incluso a pesar de los intentos de regularización.

“Claro, puede haber situaciones de discriminación a un estadounidense por decir que es un violador, pero eso es diferente a cuestionar las prácticas sociales y políticas de los nómadas digitales o cualquier grupo que se perciba como depredador, no por no ser parte de ‘mi’ grupo, sino porque lo que hace se percibe como dañino y peligroso”, apunta el abogado y politólogo.

¿Xenofobia, resistencia o ambas?

Para entender si en una interacción hay o no xenofobia es necesario analizar todo el contexto, dice Ginna Morelo. Por ejemplo, hace falta entender ciertas relaciones mediadas por la extracción de recursos por parte de empresas extranjeras y las resistencias que esto genera en las comunidades locales, antes de entrar a calificarlas como xenófobas.

“El colonialismo es siempre un escenario de disputa y debate, pero cuando la resistencia pasa a ser agresión, configura un espectro que podría acercarse a la xenofobia, sin que necesariamente se olvide la posición colonialista o extractivista”, opina Morelo. 

Por su parte, Juan Pablo Rangel dice que, aunque sí se pueden entender ciertas prácticas —como los carteles en El Poblado— como formas de resistencia a prácticas neocoloniales, la definición genérica para eso sigue siendo la de xenofobia. Considera que tanto este fenómeno como la estigmatización a los migrantes venezolanos son xenofobia, aunque tengan efectos distintos.

Entretanto, Juan Camilo Rúa dice que prefiere ver estas manifestaciones más cercanas a movimientos de resistencia anticoloniales o antigentrificación y mucho menos como xenofobia, “pero son situaciones que se vuelven muy difusas”. Por ejemplo, cuando aparece la violencia directa, le cuesta verlo como resistencia. Sin embargo, aunque sea reprochable, tampoco está seguro de llamarlo siempre xenofobia porque considera que hay cierto afán en encasillar allí todos los fenómenos de cuestionamiento a la migración y la movilidad humana.

Para él, conceptos como xenofobia o racismo existen para ayudar a actuar frente a personas en posición de vulnerabilidad en las relaciones de poder. Por lo tanto, deben ayudar a identificar amenazas y derribar barreras al goce pleno de sus derechos. “Cuando se empieza a usar para cosas tan amplias, el lenguaje pierde esa capacidad de mostrar esas situaciones de violencia y vulnerabilidad” y, por lo tanto, se pierde la posibilidad de priorizar lo que es prioritario.

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