La Comuna 13 y El Vallano (Envigado), la vereda donde queda La Catedral, viven las consecuencias de una turistificación que se mueve más rápido que cualquier política para ordenarla: desde relatos distorsionados sobre las memorias de las víctimas y formas de “gobernanza criminal” hasta la contradicción entre el turismo masivo y el cuidado de la naturaleza.
La ruta alimentadora 225i de la estación San Javier del metro es un hervidero cultural, una torre de Babel compactada en un bus donde se puede jugar a adivinar el origen de cada persona por su idioma, su acento, su ropa o su actitud. Los más callados suelen ser habitantes de la comuna 13 inmersos en su mundo mientras regresan a casa; en cambio, los que compiten en decibeles con el radio y el motor del bus suelen ser turistas. ¿Es argentino, chileno o uruguayo el acento de aquellas rubias coloradas que van de pie con pantalones cortos? Aquel hombre no habla inglés, ¿será alemán u otro idioma lejano y sobreviviente a la antigua cortina de hierro?
El bus avanza hacia Las Independencias, el barrio de la 13 que por cuenta de las escaleras eléctricas y del graffitour se convirtió en una parada obligada de muchos recorridos por Medellín y en un símbolo de algunas de las tensiones más agudas que ha desatado el auge turístico de la ciudad.
Es un sábado de principios de octubre. Hace calor, pero el cielo promete un aguacero antes de que anochezca. Las turistas que van de pie y agarradas de las barras superiores desgarran alaridos cuando el bus arranca con brusquedad y avanza entre las calles estrechas hacia las colinas del occidente. Sus gritos ahogan una cuña radial de alguna entidad ambiental que advierte sobre el cuidado que hay que tener con alguna especie invasora. Ese bus que avanza-frena-avanza -frena-avanza-frena es parte de la experiencia de turismo que Medellín les ofrece.
Una cuadra antes del final de la ruta los guías, que viajaban colgados de la puerta sin cruzar el torniquete, anuncian su parada en inglés y español. Es el inicio del recorrido.
Las escaleras eléctricas de la 13 son el atractivo de Medellín más visitado en 2024 , según el Sistema de Inteligencia Turística de la ciudad. Hasta septiembre de este año ese lugar recibió un millón y medio de visitas, el 36 % de todas las registradas en la ciudad, y superó por más del doble las 668.603 del parque Arví, el segundo con más afluencia.
El año pasado, esas escaleras techadas y rodeadas de graffitis y música a todo taco recibieron más de dos millones de visitas y también ocuparon el primer lugar. Pero esa tendencia viene apenas desde el 2022, cuando registraron el récord de 2’456.359 visitas, una cifra que contrasta con las 253.194 del año anterior.
Ese salto no es fácil de explicar. Por un lado, hace parte de una tendencia nacional: Colombia fue el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) que más creció en flujo de turistas después de la pandemia (34 %), pero ese dato se queda corto para entender lo que pasa en la 13.
Daniel Ledezma es el director general de la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes, ACJ), una organización asentada en la comuna 13. Para él, al “querer salir a lo que sea” de mucha gente tras el encierro pandémico se le suma un hito local: “En 2021 las versiones de la memoria histórica de la comuna 13 cambiaron, se empezaron a tergiversar y comenzaron a llegar masivamente planes de empresas privadas de afuera de la comuna”.
Esas empresas aterrizaron con el guion en otros idiomas, lo que amplió el público potencial, pero excluyó a los locales. “Los habitantes de la 13 dejaron de ser partícipes de su historia, ni siquiera escuchándola de lejos, porque no la entendían”, asegura Daniel.
Desde Casa Kolacho, Jota Hache, coordinador académico de ese centro cultural, mira más atrás. Dice que en 2016 las escaleras ya estaban tomando fuerza como atractivo debido a tres factores: que se trataba de un lugar “no tradicional”, que algunos influencers comenzaron a mostrarlo a sus audiencias y que apareció más en medios internacionales y en videos como el de “Pa’ dentro”, de Juanes. Este periodo también coincidió con el auge internacional de series como Escobar, el patrón del mal y Narcos.
Apenas el mundo reabrió tras la pandemia, las visitas se dispararon. Jota agrega que en ese momento tomó fuerza un “discurso morboso” sobre la historia de la comuna que transformó el relato de la 13 en un producto comercial de consumo masivo.
Entonces, el turismo alrededor de las escaleras creció hasta desbordarse. No solo lo afirman habitantes de la comuna; también el secretario de Turismo de Medellín, José Alejandro González: “Tengo miedo de que la comuna 13 pueda morir de éxito”.
Ese desbordamiento también lo demostró en 2023 un estudio de capacidad de carga turística hecho por el Colegio Mayor de Antioquia, en convenio con la Alcaldía. Este documento estableció que las escaleras podían recibir, por su capacidad física, a 28.842 personas al día, pero al restarle el espacio público ocupado por ventas, vehículos parqueados o puntos de aglomeración, esa capacidad bajó a 1.395 personas. Y después, al considerar la capacidad de manejo que tiene la zona de acuerdo con su infraestructura y personal, el estudio concluyó que la capacidad de carga efectiva es de 667 personas por día. Sin embargo, durante la investigación se registraron hasta 33.027 visitas en un sábado, es decir, 50 veces por encima de esa capacidad.
Ese estudio fue entregado por el Colegio Mayor a la Alcaldía saliente en diciembre de 2023. La entrante lo recibió, pero hasta ahora solo ha sido socializado.
Lo que se nombra mal y lo que se evita nombrar
Entre los productos que ofrece el recorrido por los seis tramos de las escaleras y el viaducto en la parte superior –comidas rápidas, paletas de frutas, micheladas de todos los colores, cervezas y postres cannábicos– hay uno que se destaca a simple vista: la cara de Pablo Escobar está por todas partes, desde llaveros, camisetas y réplicas en miniatura de la hacienda Nápoles hasta personajes que, con bigote artificial y radio satelital falso en la mano, cobran por tomarse fotos con ellos.
Escobar, que poco tuvo que ver con la 13, es más visible que la historia de conflictos, violentas operaciones militares y resistencias civiles de la comuna. Lo paradójico es que el graffitour nació en 2010 como una ruta de memoria a través del hip hop. Pero la música que suena hoy está lejos de los relatos de resistencia y en las paredes ya se ven, incluso, graffitis comerciales hechos por encargo de empresas privadas.
Aunque no hay estimativos de cuántos guías son de la comuna y cuántos no, Daniel Ledezma calcula que la mitad pueden ser de afuera. Algunos le han pedido que les ayude a entender la historia. “No sabemos y muchas veces nos toca inventar”, le han dicho. Y, aunque siente que algunos miran lo ocurrido en la comuna con respeto, para otros hacer recorridos no es más que un trabajo en el que tienen que entretener.
“Es muy diferente nombrar a La Escombrera como un lugar de memoria a nombrarla como la fosa común más grande de Latinoamérica”, dice Jota Hache. Explica que la primera forma hace parte de un discurso respetuoso de la visión de las víctimas, mientras que la segunda cosifica ese lugar –que se puede ver desde el viaducto de las escaleras o desde las terrazas con marcos dispuestos para fotos ‘instagrameables’– como si fuera “un galardón o un ranking, y ahí es donde se pierde la memoria”.
Manuel Villa, secretario de Seguridad y Convivencia de Medellín, dice que desde la Alcaldía vienen trabajando con el Museo Casa de la Memoria, la Secretaría de Paz y Derechos Humanos y la de Turismo “para reforzar la apuesta por la cultura de la legalidad”. Para él, se trata de contar la historia “honrando a quienes realmente se tiene que honrar, que son los héroes, los valientes, las víctimas”, para reconstruir la escala de valores “que tanto nos tergiversó el narcoterrorismo”.
Aunque la historia de la comuna 13 es impactante por sí misma, Jota cree que detrás de esas distorsiones también está la “fascinación paisa” por magnificar el relato. Y esa tendencia no se ve solo en la 13, sino también en lugares que sí estuvieron conectados con ese capo del narcotráfico que otros prefieren ni siquiera nombrar.
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La ruta que conduce a la cascada El Silencio inicia estrecha, apenas como para una fila de caminantes o para una mula como la que, según el mito que cuenta una de las guías antes de empezar, murió cuando iba cargada de oro y fue enterrada con todo y carga por el arriero que la llevaba hacia los lados de El Retiro. Agrega que algunos campesinos todavía escuchan pasos de mula o tintineos metálicos. Ese mito de la vereda El Vallano, en Envigado, compite con los relatos reales y ficticios difundidos en los últimos 30 años sobre el paso de un capo que estuvo allí, hizo, deshizo y se fugó.
Más adelante el camino se ensancha y se aplana entre un bosque de pinos. Las guías detienen al grupo para contar que son árboles foráneos: fueron introducidos por su potencial maderable, sin considerar que al venir de regiones con estaciones se adaptaron para captar mucha agua para las temporadas secas. En esta cuenca no les falta el agua, pero tampoco dejan de tomarla, por lo que erosionan el suelo. En medio de los pinos también reverdecen, todavía con timidez, árboles y arbustos nativos.
Poco más adelante la misma guía, que vive hace 20 años en la vereda, cuenta que más arriba está el sector de La Catedral. Explica con solemnidad que ya se llamaba así antes de que, entre junio de 1991 y julio de 1992, estuviera preso en esa cárcel ficticia aquella persona que ella evita nombrar debido al dolor que causó. Dice, en cambio, que la historia del nombre de ese sector está relacionada con la extracción de algunos materiales para construir la Catedral Metropolitana en el siglo XIX.
Omitir ese nombre es una decisión “que ha sido discutida, debatida y siempre hemos tenido consenso”, dice Miguel Charry, integrante de la mesa directiva de la Corporación Ecoturística El Vallano, de la que hace parte la guía.
Aunque la Corporación no lo promueve y la política pública de turismo de Envigado adoptada en 2023 dice que los ejes del turismo en el municipio son la naturaleza, la gastronomía y los eventos, el ‘narcoturismo’ sigue llegando a El Vallano. “Vienen Raimundo y todo el mundo, así como antes venía Popeye”, cuenta Miguel.
Envigado es, después de Medellín, el municipio del Valle de Aburrá con mayor crecimiento turístico en el auge desatado tras la pandemia. Aunque la Alcaldía no tiene cifras del número de turistas que llegan ni de cuánto pesa esa actividad en la economía local, un indicador es el aumento de alojamientos de renta corta. Según el análisis de El Armadillo con datos de AirDNA, en ese municipio hay 1.275 alojamientos tipo Airbnb, mientras que en enero de 2022 eran menos de mil. La Cámara de Comercio Aburrá Sur solo tiene registros de 581 alojamientos, desde hoteles hasta hospedajes de renta corta.
Gabriel Jaime Londoño, secretario de Desarrollo Económico de Envigado, asegura que la totalidad de turistas que llegan a La Catedral son llevados por operadores turísticos de Medellín. Miguel, por su parte, calcula que suben alrededor de cuatro busetas con turistas por día, pero el número suele ser mayor los fines de semana.
“Les arman un paquete, los montan en una van, los suben hasta La Catedral, no compran absolutamente nada, llegan derecho y allá arriba les cuentan un montón de historias que no son ciertas: que todavía hay guacas o dinero o que pueden encontrar números para ganarse la lotería”, cuenta el secretario Londoño.
En contraste, la Corporación Ecoturística El Vallano tiene nueve guías, casi todos locales. Lina Suárez, secretaria de la corporación y guía profesional, cuenta que los recorridos llevan máximo 18 personas, o hasta 20 cuando los hacen en alianza. La corporación tiene alianzas con diez agencias con las que han logrado acuerdos sobre el tipo de turismo que quieren, pero a la zona llegan alrededor de 50 operadores.
“Tenemos la convicción de hacer un turismo muy consciente con todas las formas de vida y enfocado en el desarrollo del territorio”, explica Lina. Ese deseo también obedece a que parte de El Vallano está dentro del Sistema Local de Áreas Protegidas de Envigado (Silape), creado en 2016 y que cubre el 40 % del municipio.
Pero sienten que la actividad turística todavía está desordenada y que el municipio “ha sido terriblemente lento” para regularla en temas como el control de cargas turísticas, dice Miguel Charry. El secretario Londoño explica que la política pública está pensada a 18 años, pero que ya están priorizando algunas acciones de implementación.
Más visitado, más controlado
Los barrios alrededor de las escaleras de la 13 son unos de día y otros de noche. Un habitante de Las Independencias, a quien le reservamos su nombre por seguridad, cuenta que cuando el turismo se apaga comienza la vida “normal” de barrio. Ya no puede caminar cualquiera por ahí porque se activa un control de los ‘combos’ más visible que el que también ocurre en el día.
Vivir en esa zona implica usar tapa oídos para soportar el ruido del día, madrugar a mercar los domingos antes de que lleguen los turistas, no sacar la ropa a secar en las ventanas y terrazas para no afectar la imagen del sector, que los niños sólo puedan salir a jugar en las noches cuando el espacio se libera y, por supuesto, acogerse a las formas de “cuidado” que los combos imponen. Lo paradójico es que allí esas formas de control tan comunes en Medellín, en lugar de repeler a los “extraños”, han encontrado cómo hacerlos parte en ciertos momentos, lugares y circunstancias.
No solo se trata de tolerar a los turistas, sino de cuidarlos. Según ejemplifica Daniel Ledezma, esto no se reduce a evitar que les roben, también está prohibido robarle a cualquier persona delante de ellos. Además, los guías saben que hay zonas por donde pueden llevarlos, pero hay otras como las calles aledañas por donde no pueden ir.
Otra fuente que conoce la zona y que pidió no ser mencionada asegura que “el turismo de la comuna 13 no lo organizó el Estado, lo organizaron las bandas criminales; que los guías y los negocios funcionen como un relojito tiene un porqué”, plantea.
En septiembre de 2024, la Alcaldía de Medellín anunció la captura de 14 personas que supuestamente cobraban alrededor de $15.000 a los guías por cada tour en las escaleras eléctricas. Entre estos alias Conrado, cabecilla de la estructura de Las Independencias, vinculada al GAO (Grupo Armado Organizado) Robledo, mejor conocido como Los Pesebreros. También, según la Alcaldía, controlaban recorridos y coordinaban la venta de estupefacientes a locales y extranjeros en la zona.
Villa, el secretario de Seguridad y Convivencia, dice que han realizado más de 50 capturas en la comuna, de las cuales 35 fueron a integrantes de Las Independencias y El Coco, bandas con influencia en las escaleras eléctricas. Calcula que las rentas ilegales de estos grupos por las extorsiones ascienden a los 50 millones de pesos mensuales.
Aunque la Alcaldía hablaba de “desarticulación” y el alcalde prometió más “golpes”, lo que ocurre en la comuna parece ser más complejo. Así lo sugiere la investigación de Patrick Naef, antropólogo de la Universidad de Ginebra, que desde 2014 ha estudiado las memorias colectivas, la conexión entre historia y turismo y el fenómeno de “gobernanza criminal” en el turismo de la comuna 13.
Para Naef, la “vacuna turística” comenzó entre 2018 y 2019, cuando los combos vieron crecer las visitas y notaron que era dinero fácil debido a que el turismo representaba una rentabilidad suficiente como para cubrir las extorsiones. “Además, no solo vacunan, sino que les proveen seguridad, porque sin seguridad no hay turismo”, afirma. Así se configuran unas relaciones que son más de “gobernanza criminal” que de mera intimidación y control, agrega el investigador.
Naef está terminando un libro llamado Intimidad de la gobernanza criminal, en el que incluye un fenómeno que vio en la comuna 13: “Los combos también son residentes: van a la escuela juntos, juegan fútbol en el mismo equipo, se conocen”. La relación, entonces, no es solo de intercambio, sino también de cercanía y pertenencia.
“Estamos de acuerdo en que hay un desafío a la gobernanza del Estado”, dice al respecto el secretario Villa. Y agrega que “el reto de todo el Estado es fortalecer la presencia institucional para desafiar esa connivencia histórica entre la ilegalidad y la legalidad y dejar a un lado la flexibilidad en la lucha contra la criminalidad.
Pero otro factor que resalta Naef en la relación entre turismo y crimen en la 13: la desconfianza histórica hacia lo estatal, que suele reducirse a presencia policial y militar: “El Estado es como un actor extranjero, por eso hay más confianza con el combo; es mejor pagarle a alguien que conozco que a un Estado que no entiendo”.
Esta dinámica ha expulsado a quienes se paran desde un lugar más crítico. Por ejemplo, Jota Hache confirma que desde Casa Kolacho cada vez guían menos recorridos.
Pero no sólo desplaza a quienes no se sienten tranquilos de contar en público su discurso de resistencia; el habitante del barrio que mencionamos antes cuenta que los trasteos son cada vez más comunes porque para muchos residentes de Las Independencias vivir allí se ha vuelto insostenible.
Neutralizar y comprender
El secretario de Desarrollo Económico de Envigado sabe que el turismo “que no nos gusta” seguirá llegando. Por eso, dice que la apuesta de la Alcaldía es “neutralizarlo”, es decir, encontrar formas de llegarles para que sus visitas le dejen algo al municipio y para que la imagen que se hagan no se quede en relatos parciales y distorsionados.
Más guías locales, puntos de información en zonas específicas y recorridos pedagógicos con agencias de turismo de los municipios cercanos son algunas de las estrategias que menciona Londoño. También reconoce que Envigado necesita un observatorio para tener más información sobre el impacto y las dinámicas del turismo que recibe.
Por ahora, entender mejor es una de las estrategias que más aparecen frente a un fenómeno cuyo crecimiento ha sido más rápido que las acciones institucionales. Desde la 13, Jota Hache dice que en 2023 comenzó a investigar “desde adentro” del territorio, “porque los vacíos que tienen la mayoría de los diagnósticos sobre una comuna sobrediagnosticada como ejemplo de transformación, son porque no entienden cómo sucede una extorsión”, por ejemplo.
En la misma línea, Daniel Ledezma, el director de YMCA, dice que están buscando sentarse a hablar con los guías sobre la historia de la 13. Para él también es importante entender lo que sucede alrededor del turismo en la comuna, pero sin legitimar las actividades ilegales que la acompañan.
Lo otro que están haciendo es tan sencillo como hablar entre organizaciones. En ese diálogo, por ejemplo, se han dado cuenta de que otros colectivos no tenían clara la posición crítica de Casa Kolacho frente al fenómeno. Es que el turismo nunca ocupó un lugar prioritario en las agendas de las organizaciones de la comuna 13, siempre más preocupadas por la defensa del territorio, la generación de alternativas de vida para los jóvenes o la búsqueda de verdad y justicia por los hechos del conflicto.
José Alejandro González, secretario de Turismo de Medellín, dice que se ha reunido varias veces con actores de la 13 y les ha propuesto reubicar algunos vendedores para despejar los graffitis y que haya “un tour bien bueno, de clase mundial como se lo merece la comuna”; además, que evalúa alternativas de descongestión como que las entradas y salidas no sean por el mismo lado, “pero tenemos que trabajar de la mano con la comunidad porque no queremos llegar a imponer nada”.
Pero una cosa es ordenar el espacio público del atractivo turístico y otra enfrentar el poder que hay detrás. Por eso, Jota dice que le temen a cualquier intervención del Estado porque ha demostrado ser “poco creativo” frente a este tipo de problemas. Y Daniel agrega que en la comuna hay temor porque están sintiendo una fuerte presencia de fuerza pública en las noches, lo que les hace recordar la militarización que ordenó Federico Gutiérrez en abril de 2018, en su pasada administración.
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Antes de las nueve de la mañana hay pocos guías afuera de la estación San Javier. Tres o cuatro ultiman los detalles de un asado mientras esperan para conseguir sus clientes del día. Es un sábado de finales de octubre. Una cuadra más adentro, en la cancha, otros cuarenta o cincuenta, con camisetas del mismo color, esperan su turno.
Al mediodía, en una cabina de metrocable que sobrevuela la parte llana de la comuna, una mujer colombiana de unos 50 años oficia como anfitriona de tres españoles que aparentan la misma edad y les cuenta la historia que ella recuerda. Les habla de una ciudad sitiada, atemorizada, encerrada. Les dice que el causante de ese temor no hizo obras por amor, sino por interés político, para sumarle algunos cientos de conciencias a su ya estrambótica riqueza.
Uno de ellos le responde que hay que reconocer que, pese a su maldad, era un hombre inteligente. El mismo hombre compara el interés por Medellín con lo que sucede en Auschwitz, el complejo de campos de concentración nazis que recibe cada año más de dos millones de visitas. El morbo siempre atrajo y siempre atraerá, concluye. La conversación fluye tan tranquila como la cabina que asciende hasta la estación Juan XXIII, donde los cuatro se bajan para conseguir la próxima foto de su viaje.