En Santa Cruz, comuna 2, una casa amarilla ha tenido las puertas abiertas durante más de treinta años para ofrecerle a la comunidad formación artística y programación teatral como una forma de resistencia, y también para ponerse manos a la obra siempre que las emergencias que afectan a la comuna demanden de su trabajo y creatividad.
Por: El Armadillo*
Mientras el agua rompía rejas, puertas y ventanas el pasado 10 de noviembre en el barrio El Sinaí, dos cuadras más arriba se presentaba una obra de teatro en la casa amarilla de Nuestra Gente, en Santa Cruz. Las noticias llegaron como una ráfaga y desconcentraron a todos: el rompimiento de un tubo madre inundó el barrio y el agua se llevó colchones, electrodomésticos, ropa y la tranquilidad de los vecinos.
Aunque son constantes las inundaciones en El Sinaí, por estar junto al río Medellín, esta era una calamidad sin precedentes. Así lo aseguraron los integrantes de la corporación Nuestra Gente cuando, apenas terminando la presentación, se pusieron manos a la obra: primero a ayudar a buscar a los niños y niñas que permanecían encerrados en sus casas para protegerse del agua.
Después cocinaron pastas, chocolate y pan, los alimentos que había en la casa y que llegan a la corporación cultural como aporte para entrar al teatro. Es decir, en lugar de pagar una boleta, cada persona lleva un producto de la canasta básica como parte de un trueque. Con esos víveres lograron contribuir a dar respuesta a una emergencia que ha dejado afectadas a más de mil personas de 305 familias.
“Nuestro trabajo en Sinaí es constante, viene de años; muchos de los niños de allí hacen parte de nuestros procesos. Casi todas las personas que trabajamos en la casa estábamos en Brasil, en un intercambio cultural, entonces fueron los jóvenes del barrio los que se hicieron cargo, recogieron plata para hacer más comida y por la noche hicieron una chocolatada”, cuenta Julieth Gómez, integrante de la corporación.
La Corporación Cultural Nuestra Gente es un proyecto que nació en la violenta Medellín de finales de los 80 y que hoy ofrece formación artística para niñas, niños, jóvenes y adultos en teatro, música, danza, artes plásticas, audiovisuales y literatura; talleres y programación teatral abierta al público.
Según Jorge Blandón, director de la corporación, “la propuesta de Nuestra Gente parte de principios como la solidaridad, el afecto, el respeto y la libertad. Tenemos necesariamente que comprender que todos somos protagonistas, todos somos creadores. Hay que democratizar la cultura, posibilitando que la comunidad viva la experiencia del arte”.
Los jóvenes que han sido protagonistas en el teatro de la casa amarilla tomaron también un rol principal en la emergencia de El Sinaí. Uno de ellos propuso donar a Nuestra Gente los almuerzos que sobraron en el restaurante escolar del colegio en el que estudia, y así lograron proveer alimentación a algunas de las personas afectadas.
En este momento, Nuestra Gente es un centro de acopio de donaciones para continuar ayudando a las personas afectadas de El Sinaí. Reciben ropa, elementos de aseo, medicamentos, alimentos no perecederos y contribuciones monetarias.
Amarillo pollito, oro, maíz y bandera
Nuestra Gente fue conformada en 1987, cuando los jóvenes que integraban el grupo juvenil de la parroquia María Rosa Mística y que ayudaban a organizar las misas y procesiones, se quedaron sin un espacio para reunirse. Después de que las señoras más conservadoras los hicieran echar por “fiesteros y revoltosos” empezó la búsqueda de un espacio físico en el que pudieran proponer a la comunidad encuentros alrededor del arte.
La corporación cultural nació, además, en medio de uno de los periodos más violentos que ha vivido Medellín: el de la “guerra sucia”, como fue nombrado por el Centro Nacional de Memoria Histórica. Entre 1984 y 1992 la ciudad fue escenario de masacres, asesinatos selectivos y atentados terroristas, principalmente en contra de personas que hacían parte de procesos políticos y sociales.
La creación de Nuestra Gente fue la forma que los jóvenes de Santa Cruz encontraron “para movilizarse en contra de las ofertas de muerte que abundaban en la ciudad”, explica Jorge Blandón. La contraoferta fue la de las artes y el encuentro, primero en la calle, para reclamar la noche que había sido arrebatada por los toques de queda, las fronteras invisibles y los enfrentamientos entre bandas.
“Nuestra Gente era una apuesta de jóvenes que no querían verse morir en las esquinas. El nacimiento y los primeros cinco años de la corporación fueron muy importantes para reconocer que había otras personas en la ciudad haciendo apuestas por las juventudes y las infancias; era ir en contravía de ese proyecto de mostrar una ciudad no futuro, una ciudad donde los jóvenes no nacían para semilla”, explica Blandón.
En sus primeros cuatro años, la corporación tuvo varias sedes en casas que alquilaban y devolvían a los pocos meses porque no tenían cómo pagarlas. Una de esas fue convertida en una pequeña biblioteca donde los niños del barrio iban a hacer las tareas y el marco de la puerta principal fue escenario para un teatrino que ofrecía funciones de títeres los domingos.
Eventualmente tuvieron que salir de la casa, la biblioteca y el teatrino. “Venga, llévese usted esto para su casa y usted esto”, recuerda Gisela Echavarría que se decían en aquel momento. Ella es una de las fundadoras de la corporación. En 1991 le presentaron un proyecto para vender mango biche con sal y limón en los colegios a la recién creada Consejería Presidencial para Medellín.
Ese proyecto no se ejecutó porque un día, mientras Jorge Blandón caminaba loma abajo por la calle 99 de Santa Cruz, encontró una casa en venta que antes había sido un burdel y que se convirtió en la sede de Nuestra Gente después de que convencieron a la entonces consejera presidencial, María Emma Mejía, de que lo que necesitaban para su trabajo barrial no era vender mangos, sino una sede física.
Desde 1991, la casa amarilla de Santa Cruz es la casa de Nuestra Gente. En palabras de Orlando Cajamarca, director del Teatro Esquina Latina de Cali, “amarilla pollito para echársela al sancocho, amarilla oro para que no falte la fortuna, amarilla maíz para que no olvidemos nuestros ancestros, amarilla bandera para seguir construyendo país”.
La casa tiene puertas azules que no se cierran; están abiertas todos los días como una invitación sin condiciones. También tiene un teatro con su camerino, una sala con un comedor grande, un centro de documentación con la historia de la corporación, unas oficinas con los reconocimientos que han obtenido y dos murales con fiestas pintadas.
“Nuestra Gente es una casa para amar y ya, amarilla porque es el sol de la comuna, es un color que brilla, que da luz”, explica Gisela Echavarría mientras hace un recorrido que interrumpen los niños y niñas que se corretean con antifaces y utilería.
Una casa para todas y todos
La financiación ha sido la principal dificultad de Nuestra Gente para funcionar, tanto en sus primeros años como en el presente. Para el director de la corporación, Jorge Blandón, “el arte es una consigna de acción y de pensamiento crítico, es el lugar de la reserva moral que puede tener cualquier sociedad”. Dice que ese rol es “altamente peligroso” y redunda en que los presupuestos no sean suficientes, sino “decorativos, que estén pensados como asuntos cosméticos”.
Los servicios de la corporación son gratuitos; se financian a partir de proyectos con empresas y entidades del Estado, pero, sobre todo, gracias a los amigos de Nuestra Gente, según cuenta con orgullo Gisela Echavarría:
“Tenemos muchos aliados que creen en nosotros, que confían en las cosas que hacemos y nos ayudan. Lo más apremiante siempre ha sido el dinero, aunque nunca nos derrota. Por ejemplo, la Cooperativa Confiar fue quien recibió la plata de la Consejería para comprar la casa, y desde entonces siempre han estado con nosotros”.
Desde la década de los 90, Nuestra Gente es asociada de Confiar; esa relación les ha permitido el acceso a créditos con condiciones favorables y el apoyo económico de la cooperativa financiera en diversos proyectos, según explica Jorge Blandón.
Entre esos amigos se cuentan también todos los que han participado del Encuentro Nacional Comunitario de Teatro Joven que la corporación organiza desde 1996 con grupos teatrales de todo el país y de varios países de América Latina. Los integrantes del grupo también han viajado a Cuba y a Brasil a mostrar su trabajo.
En la actualidad, 150 niños, niñas y jóvenes reciben formación artística en Nuestra Gente, sus padres han conformado un grupo de teatro adulto y sus abuelas se reúnen a hacer manualidades o a bailar.
“Aquí están los hijos, los sobrinos, los tíos, los hermanos, los amigos, los primos, las abuelas. Sin ser pretenciosa, yo creo que haría falta si Nuestra Gente no estuviera; creo que la casa nunca se va a acabar, porque nos vamos nosotros pero llegan otros que siguen con la misma alegría y el mismo afán de tener la casa abierta para toda la gente”, agrega Gisela Echavarría.
Por ahora, la urgencia está en la atención a la emergencia de El Sinaí, pero el próximo 25 de diciembre, como todos los años, Nuestra Gente hará un sancocho comunitario al que están invitadas todas las personas que han pasado por la casa. Jorge Blandón concluye que “si construimos proyectos bondadosos, llenos de alegría, llenos de comprensión donde el arte, la cultura y los saberes median, es posible entonces entender que una corporación logra transformar un territorio”, que trata de salir adelante pese a las violencias y la pobreza de siempre; y contra las inundaciones inesperadas.
*Este contenido hace parte de una serie de historias financiadas por la cooperativa Confiar, sobre el impacto de proyectos asociativos.