Más de veinte mil personas se dan cita cada año en Medellín para vender, comprar, aprender y compartir. En el Bazar de la Confianza convergen la economía social, el cuidado del ambiente y propuestas comunitarias que imaginan otros modos de hacer negocio.
Por: Luis Bonza Ramírez/El Armadillo*
En una mesa de acero inoxidable, las manos curtidas de don Wilson repasan los trozos de carne y las especias que doña Sandra eligió y preparó con cuidado. El cuchillo afilado se mueve con precisión. Nada se desperdicia. El ajo molido, el ají, las cebollas, la sal, la pimienta y el achiote se mezclan y se amasan, hasta que el olor lo invade todo. Antes de ser chorizo, es ritual.
Los nudos que separan un chorizo de otro están hechos con el mismo hilo que mantuvo unidos a Wilson Jiménez y Sandra Marín durante casi tres décadas en las que dejaron de saber sobre la vida del otro. Se reencontraron 27 años después de un romance joven y efímero. Llevan ocho años juntos y trabajan en un proyecto productivo que hoy les da de comer: Chorizos La Montañerita.
En el ritual de la elaboración de cada chorizo Wilson y Sandra se toman el tiempo necesario en la planta de producción que abrieron hace poco en el barrio Boyacá Las Brisas. Queda cerca de su casa, que antes también servía como fábrica, en la Comuna 5 de Medellín. Los chorizos La Montañerita primero fueron un voz a voz, un domicilio para el asado de los amigos, pero ahora están en las vitrinas de varios supermercados de Medellín, y de otros pocos en Ibagué, Tolima; y Aguadas, Caldas.

Después de que la pandemia obligó a Sandra a cerrar la carnicería que tenía con su papá en la Placita de Flores, La Montañerita, que es ella misma, encontró un lugar para dar a conocer su negocio en la edición del 2022 del Bazar de la Confianza, evento que realiza la cooperativa Confiar cada año en el Jardín Botánico de Medellín. “No es un bazar como otros, no es para competir. Allá uno aprende que si se une a los demás con honestidad y colaboración le puede ir mucho mejor”, cuenta Sandra, que ha participado en las últimas tres ediciones.
El Bazar de la Confianza se abre como un ritual que encierra muchos otros: los alimentos que se cocinan a fuego lento, la producción artesanal y agroecológica pausada, las redes solidarias que se tejen con paciencia, la ecología de lo cotidiano que cuida con sosiego, las juventudes que crecen sin afán, la creatividad literaria que se opone al reloj y las expresiones artísticas que suspenden el tiempo.
El valor de lo justo
Un bazar es un espacio para el intercambio, el cooperativismo y la confianza; parte de la premisa de que el otro tiene lo que uno necesita, pero también necesita lo que uno tiene. El de Confiar nació en medio de la crisis económica que enfrentaba el país en 1999, entre la incertidumbre y la convicción de propiciar un cambio. A la primera edición asistieron cinco mil personas; a la más reciente, en 2024, asistieron 17 mil, de 41 municipios, y se vendieron productos por más de $221 millones.
Es un evento público, participativo y de construcción colectiva que convoca organizaciones, entidades y personas que hacen parte del movimiento de la economía solidaria: proyectos culturales, sociales, artísticos, políticos, ambientales, juveniles y de producción que ofrecen bienes, servicios e iniciativas asociativas o de conformación de redes.
“Desde lo conceptual planteamos un evento de ciudad distinto. Invitamos a las personas a pensar para qué están participando y hacemos procesos de formación sobre el cooperativismo y la solidaridad. Hacemos unas invitaciones muy puntuales sobre la justicia económica y la redistribución, entonces les pedimos que piensen bien por qué están vendiendo un producto a tal valor. Insistimos mucho en lo ético”, explica Paola Cárdenas, —aunque ese es su nombre, todo el mundo la conoce como Luna—, codirectora del evento.
La confianza marca la pauta del bazar. En palabras del profesor Jorge Giraldo, doctor en Filosofía y coeditor del libro La confianza en el siglo XXI: conceptos, estrategias y prácticas, hay que entender esa idea no desde el otro, sino desde uno mismo: “La pregunta no debe ser —o no solo, ni tanto, ni principalmente— por qué confía la gente, sino cómo me hago confiable”.
En una de las ediciones del Bazar ocurrió que algunos expositores, al ver la gran afluencia de personas, aumentaron los precios de sus productos para obtener más ganancias. Juan Luis Mejía, que fue ministro de Cultura y rector de la Universidad Eafit, habla de esa viveza que enorgullece a los antioqueños: “el avispado es cañero, fafarachero, lanza, espuelón, fregao y ventajoso, tiene agallas y se lleva a todo el mundo por delante. (…) Para el avispado no hay mayor triunfo que sacar ventaja en cada negocio”.
Al año siguiente de ese episodio, cuenta Luna, pusieron en las carpas de los expositores un letrero que decía: “Soy de confiar, cobro lo justo”, y esa alza de precios no volvió a ocurrir. Año tras año, este bazar propone una reflexión sobre la abundancia justa y el cooperativismo en una sociedad que todavía le rinde culto al avispado.
El sabor de las resistencias cotidianas
Demetria Ibargüen tiene 66 años y nació en Quibdó, pero lleva la mitad de su vida en Medellín; es lideresa comunitaria y trabaja por la defensa de los derechos de las mujeres en la comuna 1. Desde hace nueve años hace almuerzos y refrigerios por encargo en un negocio que bautizó El Fogón de Deme y que se especializa en las preparaciones del Pacífico. “A una en esta edad no le dan trabajo ni por el chiras en ningún lado, entonces yo hago cositas por ahí”, cuenta.

Las propuestas que Confiar recibe para hacer parte del evento no son pocas, pero en los filtros de selección no se tiene en cuenta la solidez económica de los proyectos. Esto permite que iniciativas como la de Demetria tengan una plataforma en la ciudad de la viveza y la tecnología.
“No le pedimos a la gente que nos demuestre su gran trayectoria, o que tenga plata para participar o pagar. Lo que nos interesa son sus valores, sus posturas éticas. En ese sentido es que podemos fomentar la confianza, porque estamos parados no desde el dinero, sino desde la capacidad que podemos tener para construir algo en conjunto”, explica Luna.
La economía social y solidaria pone en el centro el bienestar de las personas y las comunidades, no la acumulación de dinero. Así lo explica Tarsicio Aguilar Gómez, representante legal de la Asociación Red Colombiana de Agricultura Biológica —RECAB–, una organización que trabaja por el desarrollo de la cultura ambiental, el comercio justo y la economía solidaria.
Esa es una de las apuestas de la RECAB, que se encarga de coordinar el espacio de los mercados solidarios del Bazar de la Confianza. “La economía solidaria no es de pobres, sino de resistencia. Medellín debe entender que no hay que pensar en el valle del software, sino en fortalecer las economías populares de los corregimientos y las comunas. Si la administración municipal se volcara a fortalecer las economías locales, tendríamos un mejor vivir en Medellín”, asegura Aguilar.
Para la próxima edición del Bazar, que se realizará este 17 de agosto de 2025 en el Jardín Botánico de Medellín, se inscribieron 420 proyectos productivos, de los cuales fueron seleccionadas 290, y se espera que lleguen alrededor de 22 mil asistentes. Reunir a tantas personas en un solo lugar deja huella, por eso todos los expositores hacen un acuerdo ambiental: usar materiales reciclables, separar los residuos y colaborar con la gestión ambiental durante el evento. Lo que queda del Bazar no es basura, sino semilla.
*Este contenido hace parte de una serie de historias financiadas por la cooperativa Confiar, sobre el impacto de proyectos asociativos.
