Un concepto tan complejo como el de seguridad suele ser abordado en los cubrimientos periodísticos desde una sola dimensión: la de la criminalidad, que no abarca todo lo que esta palabra puede significar. Esa simplificación puede resultar útil a intereses que se sustentan en el miedo, la disciplina y el control social.
El 21 de octubre, el diario El Espectador tituló: “El 96 % de los colombianos cree que la inseguridad ha empeorado”. La fuente de esta cifra es un informe de Invamer, aunque la nota no menciona cuándo se realizó. El artículo lo cita a propósito del conversatorio “Inseguridad en Colombia: ¿percepción o realidad?”. Ese mismo día, al buscar la palabra “inseguridad”, ese contenido aparecía primero en Google Noticias.
Búsqueda en Google de la palabra «inseguridad» en noticias realizada el 21 de Octubre del 2021.
Días atrás, el 6 de octubre, Caracol Radio publicó un informe a propósito del ‘Reloj de la Criminalidad’ que realiza la Corporación Excelencia en la Justicia y que se basa en datos de la Policía Nacional “sobre los hechos de inseguridad en Bogotá y otras ciudades del país”, explicaba este medio. En su titular, el artículo anunciaba que “la hora más peligrosa en Colombia” son las 10:00 de la mañana. Luego reseñaba que el hurto a personas “se convirtió en el delito de mayor impacto en lo corrido de 2021 con 166.858 casos”, es decir, un promedio de 687 hechos diarios .
Estos ejemplos provienen de un rastreo rápido, pero son representativos de una larga tradición de cubrimientos sobre hechos delictivos en un país en el que se sobreponen cerca de seis décadas de conflicto armado con situaciones de conflictividad urbana y desigualdad social que se manifiestan, por ejemplo, a través de los “delitos de alto impacto”.
En esa tradición, la palabra inseguridad aparece permanentemente en los medios, casi como un sinónimo de criminalidad. Pero, ¿la inseguridad corresponde única y necesariamente a la ocurrencia de delitos en un lugar determinado? ¿Por qué se habla de inseguridad en las ciudades por el aumento de hurtos, pero mucho menos en las zonas rurales donde hechos como masacres y desplazamientos vienen en aumento?
Las preguntas podrían continuar. ¿Un caso escandaloso de hurto, grabado en video, reproducido una y otra vez en los medios, es por sí solo indicador de inseguridad? ¿Es la inseguridad aquello que se mediatiza, mientras que los hechos que no pasan por el filtro de los medios son solo estadísticas, si es que llegan a serlo?
La inseguridad, como concepto, es el reverso lógico de la seguridad. En palabras más sencillas, inseguridad significa ausencia de seguridad. Ahora bien, hay tantas definiciones de seguridad como ciudadanos y colectivos. Para Brenda Focás, periodista, doctora en ciencias sociales, investigadora y profesora de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina), la seguridad tiene dos dimensiones: una objetiva, que incluye mediciones de hechos delictivos; y una subjetiva, que es lo que se conoce como percepción de inseguridad, es decir, lo que siente la gente cuando habita principalmente los espacios públicos.
Para William Fredy Pérez, abogado, profesor del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia y experto en derecho penal y criminología, el uso periodístico del concepto de seguridad suele carecer de un contexto que permita mayor precisión y que no califique como fenómeno un hecho concreto. «Eso demanda una ‘trasnochadita’ para el periodista que redacte la noticia”, dice. Pérez agrega que “una vez hemos llamado a todo inseguridad, nos hemos dado la licencia de actuar como queramos. Cualquier problema se nos volvió un problema de inseguridad”. Así, caben dentro de esa palabra hechos tan disímiles como la presencia de habitantes de calle, el comercio ambulante o la venta de estupefacientes. Así es como, para él, fallan los medios al hablar de inseguridad.
El 24 de septiembre, el portal Pulzo tituló un hecho específico de esta forma: “Ola de inseguridad inunda hasta a empresarios: ladrones desocuparon bodega de zapatos”. La expresión “ola de inseguridad” suele usarse para “agrupar una serie de acontecimientos violentos en una sola noticia”, como señala Focás en su artículo Las percepciones de la inseguridad en relación con las noticias delictivas: un análisis desde la recepción. Para ella, este es uno de los errores en los que caen medios y periodistas cuando hablan de inseguridad. Estos son: “Generalización [delincuente joven, varón pobre y en algunos casos extranjero], centralidad en las víctimas [para generar emocionalidad], olas y modos delictivos [uso de ‘olas de inseguridad’, ‘otro caso de [inserte delito aquí]”. Focás le dijo a El Armadillo, que «si los periodistas buscan casos para armar la ola, los encuentran».
Las otras dimensiones de la seguridad
Hasta aquí, es claro que el uso mediático del concepto de inseguridad alude principalmente a las dinámicas de la criminalidad. Incluso cuando la palabra no es usada directamente en el título o la entradilla del artículo, se acude a ella en el titular SEO, que es el que le indica a Google de qué habla un contenido y por el cual la gente llega a este en sus búsquedas. Por ejemplo, el 13 de septiembre el diario El Tiempo tituló “Preocupante incremento de hurtos en las principales capitales del país”. Aunque a simple vista no utilizan la palabra inseguridad, esta sí aparece en el SEO del artículo, que se refleja en el link del mismo. Es decir que ese medio espera que al buscar esa palabra, los lectores lleguen a esa nota.
Sin embargo, la discusión pública sobre el concepto de seguridad/inseguridad ha trascendido por mucho al problema específico de la criminalidad. Como reseña el Instituto Interamericano de Derechos Humanos, antes de la creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) los temas de la seguridad giraban “en torno a la integridad territorial, la estabilidad política, los arreglos militares y de defensa y las actividades económicas y financieras relacionadas”, pero la historia de las dos guerras mundiales “ha demostrado que la seguridad del Estado no necesariamente es la seguridad de las personas”. De allí que se pasó del concepto de “seguridad nacional” (de los Estados) al de “seguridad humana” (de las personas).
Según el informe de desarrollo humano de 1994, de Naciones Unidas, hay siete tipos de amenazas a la seguridad humana: económica, alimentaria, de salud, ambiental, personal, de la comunidad y política. De todas estas, la que más se ajusta al cubrimiento cotidiano de los medios sobre la seguridad es la personal, que incluye hechos de violencia física, crímenes, terrorismo y violencia doméstica. Las demás dimensiones de inseguridad no suelen aparecer: pobreza, hambre, enfermedades, etc.
Pero incluso en ese foco sobre la seguridad personal, el uso de los medios suele ser selectivo frente a los hechos, lugares y víctimas, privilegiando aquellos que ocurren en el ámbito de lo urbano; eso que en el lenguaje oficial se llama “seguridad ciudadana”. En esta, según explica Julián Muñoz Tejada, abogado y doctor en ciencias sociales de la Universidad de Antioquia, “los principales problemas ya no van a ser las grandes amenazas de fuera de los Estados ni los enemigos internos, sino que van a ser amenazas volcadas en los ciudadanos, en las interacciones sobretodo en los espacios públicos, entonces esas amenazas se van a concretar sobretodo en ciertos delitos, en cierta criminalidad». En cambio, la seguridad humana se refiere a “un complejo campo de dimensiones interrelacionadas”, y por lo tanto es mucho más amplia que la seguridad ciudadana.
Esa complejidad no aparece en el cubrimiento frecuente de los medios. Por ejemplo, al registrar la masacre contra cuatro jóvenes en San Rafael, Antioquia, el pasado 20 de octubre, en ningún momento se alertó sobre “la seguridad” de ese municipio, por lo menos en el rastreo que hizo El Armadillo. ¿Por qué en casos de hurtos en las ciudades sí, pero en los de masacres y hechos violentos en zonas rurales no?
A pesar de la «dimensión objetiva» que cuantifica los crímenes para dar una idea de si hay más o menos inseguridad, Focás señala la ausencia de contexto en los medios cuando se construyen estos contenidos. Por lo general, se limitan a señalar aumentos o disminuciones en la prevalencia de un delito entre un año y otro, sin considerar elementos explicativos suficientes. Por ejemplo, las cifras de delincuencia de 2021 aumentaron casi todas frente al 2020, un año en el que hubo encierros prolongados por cuenta de la pandemia de covid-19. Asimismo, cuando se reportan reducciones en la tasa de homicidios (que los funcionarios reclaman como logros propios) se pierde de vista la tendencia que indica que la reducción es normal y coherente con el comportamiento de la violencia homicida en, por lo menos, la última década que estuvo atravesada por un proceso de paz.
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¿Y a cuento de qué todo esto debería importarle a un ciudadano consumidor de medios? La forma como los medios recrean el marco de sentido de la inseguridad tiene repercusiones en cómo las autoridades la enfrentan y cómo los ciudadanos la perciben. Por ejemplo, podría afirmarse que el foco puesto en la criminalidad, en lugar de otros problemas sociales, crea una escala de valores sociales en la que los delitos contra la propiedad afectan más la confianza ciudadana que la persistencia de la pobreza. Además, la información cambia las dinámicas de comportamiento de los ciudadanos en el espacio público.
A raíz de este efecto, William Fredy Pérez dice que la seguridad de los ciudadanos se asemeja al sentimiento de “no ser elegido”, es decir, que una persona se siente más segura si considera que esos hechos delictivos representados por los medios no la tocarán. Asimismo, el sentimiento de inseguridad es la sensación constante de ser víctimas potenciales de los “delitos de alto impacto” que ocurren en el espacio público. Brenda Focás complementa diciendo que en sus estudios detectó que la seguridad personal es concebida por las personas como el alivio de llegar sanos y salvos a casa.
Al menos un par de preguntas podrían hacer más crítica la lectura ciudadana sobre los contenidos que los medios presentan como relativos a la seguridad e inseguridad. ¿A quién le sirve esta forma de mostrar la información? ¿Cómo me pueden afectar las decisiones que tomen los poderes públicos a raíz de lo que esta información muestra?