Carolina Giraldo Navarro, Karol G, me acompañó en forma de canciones desde que estaba en el colegio. Ya en la universidad, la busqué por más de un año para conocerla y entrevistarla para mi trabajo de grado, pero no pude encontrarla. Su concierto en Medellín fue para ella la cima de su carrera, y para mí, de alguna manera, el cierre de esa búsqueda.
FOTO: PHRAA
“Había una vez un lugar mágico lleno de colores, donde vivía una joven y hermosa sirena llamada Carolina…”
Eran las 9:08 p.m., las luces del estadio se apagaron y solo se veía el escenario iluminado de azul. Una sirena inflable de unos cinco metros de altura salió del suelo. Una melodía familiar de fondo se mezcló con los gritos.
—¿Dónde está?
—¿De dónde irá a salir?
A Karol G la escuché por primera vez en 2012 cuando cantó 301, la colaboración que hizo con Reykon y con la que su voz empezó a sonar fuera de Colombia. Yo tenía 12 años, estudiaba en un colegio público de Medellín y mi mamá me prohibía escuchar reggaetón. Recuerdo que me emocioné y me sentí orgullosa al saber que era una mujer la que cantaba.
Pasó el tiempo y no supe nada más de ella, hasta que volvió en forma de canciones “incómodas” que hablaban de la sexualidad y del placer de las mujeres. Canciones que a mí me hacían sentir identificada. Recién empezaba la universidad. Sentí intriga por saber más de ella, quise entenderla y empecé a investigar sobre su historia y su trayectoria musical.
Comprendí que su recorrido estuvo lleno de dificultades por ser una de las únicas mujeres en la industria de un género en el que las mujeres solo aparecían como objeto de deseo de cantantes hombres. En una entrevista para la revista Bocas contó que en 2009, cuando llegó a presentar sus primeras canciones en Universal Music, le propusieron ser compositora para otros artistas, pero le dijeron que era imposible firmar a una mujer que cantaba reggaetón.
En abril de 2022 lanzó Provenza, canción que lleva el mismo nombre de un barrio residencial en El Poblado que desde hace cerca de una década empezó a concentrar sitios de rumba y luego problemas como la explotación sexual, asociados con el turismo masivo en Medellín.
El video fue grabado en Lanzarote, una de las Islas Canarias, ubicada en el Océano Atlántico, frente a la costa de África Occidental. Aguas cristalinas color turquesa rodeadas de rocas volcánicas y arena blanca. Una isla de mujeres que juegan, descansan, bailan, toman el sol…
Baby, ¿qué más? Hace rato que no sé nada de ti. Taba con alguien, pero ya estoy free.
Karol G luce un vestido de baño de una sola pieza. Sus muslos y caderas con pequeños hoyuelos en la piel. Sí, celulitis. Todas ellas, también en vestido de baño, mueven sus cuerpos. Gordas, musculosas, delgadas, afros, rubias, mestizas… bailan con el oleaje del mar, se abrazan, ríen, celebran. Se escucha la lluvia y las gotas de agua se deslizan sobre ellas.
Luego de verla en ese video, de sentir la música y disfrutar ser mujer, decidí hacer sobre ella mi trabajo de grado. Ya estaba terminando mi carrera de Periodismo en la Universidad de Antioquia. Pero no era solo sobre Karol G. Yo quería conocer a Carolina Giraldo Navarro.
Hacer ese trabajo fue enfrentarme a la decepción de mis expectativas y ambiciones, pues soñé con entrevistarla. La busqué durante más de un año, les pregunté a periodistas y a gente de la industria musical. En algún momento intenté que se hiciera viral un tuit en el que pedía ayuda para encontrarla. Lo máximo que logré fue hablar con la encargada de su agenda que me dijo que era imposible por su disponibilidad y los permisos de la disquera. Tampoco pude llegar a su círculo cercano. Me explicaron que tienen contratos de confidencialidad.
El 3 de octubre de 2023, medios de comunicación y páginas oficiales de su marca anunciaron que vendría a Medellín con el tour Mañana Será Bonito Bichota Season que empezó en Estados Unidos el 10 de agosto. Sería la primera ciudad de Latinoamérica a la que llegaría y la única en donde, además de concierto, habría un festival. Ella volvía a su casita a consagrarse y a cerrar un año exitoso, luego de ganar el premio al ‘Álbum del Año’ en los Latin Grammy 2023.
«Hoy no es Medellín… Es Mede G»
La última vez que Karol G se presentó en Medellín fue en diciembre de 2021 para cantar Bichota, Tusa, 200 Copas y el resto de las canciones de su álbum KG0516. Ese nombre hace referencia al 16 de mayo de 2006, cuando firmó un contrato con su primera disquera y adoptó su nombre artístico. Esa vez no pude verla.
Dos años después, estuve entre las casi 100.000 personas que asistieron a las dos fechas del festival en el Atanasio Girardot el 1 y 2 de diciembre. “Hoy no es Medellín… Es Mede G”, publicó en su cuenta de Twitter.
El viernes las puertas se abrieron a las 10:00 a.m. Había toboganes de colores, piscinas de pelotas, una rueda chicago, un carrusel y espacios para tomarse fotos. Afuera de la unidad deportiva había gente desde las 7:00 a.m. Miles de personas llegaban por las tres entradas habilitadas. Hacia el mediodía, con 30°C, las fans pasaban con chaquetas de cuero; pantalones, faldas y vestidos con lentejuelas; sombreros rosados de vaquera; pañoletas y brillitos en la cara y el cuerpo.
“Amiga, ¿sabes si podemos pagar en dólares?”, me preguntó una turista en un puesto de comida. La Alcaldía de Medellín proyectó que el concierto dejaría ingresos para los comerciantes por más de 11 millones de dólares.
Había vendedores informales con buzos, camisetas, sombreros, stickers, peluches y carpas de Karol G. También una tienda que vendía pelucas entre $180.000 y $350.000. “Quisimos aprovechar que venía pa’ Medellín nuestra Karol para sacar toda una colección inspirada en ella”, dijo Andrés Felipe Castaño, uno de los vendedores.
Andrea Ramírez y su hija viajaron nueve horas desde Roldanillo, en el Valle del Cauca. “Nos vinimos anoche a las 6:00 p.m. y llegamos hoy a las 3:00 a.m. para hacer los peinados de Karol G”, me contó. Ellas tienen un negocio familiar que se llama Belleza Integral y decidieron venir a trabajar en Medellín los días del concierto. Al frente del centro comercial Obelisco instalaron todo su equipo: un maletín rosado lleno de extensiones de pelo de colores, peinillas, cauchos, hilos de lana y accesorios. En menos de una hora, se formó una fila de 10 clientas. “Estamos muy bien preparadas, vamos a ver hasta dónde nos da el cansancio de las manos”.
En el mundo de Carolina
Eran casi las 4:00 p.m. y ya había visto una propuesta de matrimonio en la Plaza de Banderas, un grupo de señoras de unos 50 años posando juntas para una foto, niñas con largas trenzas rosadas, un túnel de corazones de peluche y otro con la boca de un tiburón. Inflables gigantes de cerezas, flores sonrientes, y una sirena con gafas de sol y un tatuaje en el brazo en forma de corazón.
Para entrar al estadio había que hacer una fila según la localidad de las boletas. En cada entrada había un grupo de unas diez personas de logística requisando los bolsos y la ropa, y quitando botellas, incluso las vacías, excepto a quienes iban para VIP y palcos, las ubicaciones más costosas.
“Yo nunca había entrado al estadio y se sintió como la primera vez que uno ve el mar… es quedarse sin aire”, me dijo Mariana Gómez, una de las amigas con las que fui al concierto, apenas entramos a la cancha. Yo tampoco había entrado nunca y era como ver un océano rosado. Ya eran las 4:30 y hacía tanto sol que las personas se tapaban con cajas de cartón de Aguardiente Antioqueño y se bañaban con protector solar. En las gradas quedaban pocos puestos, pero alcanzamos a hacernos en la primera fila de la zona Oriental Baja, a unos 50 metros del escenario.
“No creo que esto lo pongan por allá en la gira en Boston”, escuché que dijeron, cuando empezaron a sonar Tabaco y Ron, de Rodolfo Aicardi; Los Sabanales, de Los Corraleros de Majagual y Faltan cinco pa’ las doce, de Néstor Zavarce. Bailamos música colombiana decembrina, cantamos con Ñejo y Ryan Castro, nos robaron un celular, vimos otra propuesta de matrimonio, escuchamos una arenga fallida de “Fuera Petro”, y conseguimos botellas para llenarlas de agua en los baños. “¿A $15.000? ¡La chimba!”, dijimos en coro. Así pasaron cinco horas hasta que llegó el momento.
“Había una vez un lugar mágico lleno de colores, donde vivía una joven y hermosa sirena llamada Carolina…”, narraba una voz, mientras se proyectaba una animación. Yo me sentía en el espectáculo navideño que Galletas Noel hacía cada año.
Eran las 9:08 p.m., las luces del estadio se apagaron y solo se veía el escenario iluminado de azul. Una sirena inflable de unos cinco metros de altura salió del suelo. Una melodía familiar de fondo hizo que estalláramos en gritos.
—¿Dónde está?
—¿De dónde irá a salir?
Desde abajo del escenario, en una plataforma, salió ella.