La octava ola de la Encuesta Mundial de Valores muestra una mayor apertura de los colombianos frente a la migración, la diversidad y la igualdad de género. Sin embargo, voces expertas y procesos locales en Medellín proponen claves para entender por qué la discriminación y la violencia no dan tregua, a pesar de que en la teoría seamos más respetuosos con la diferencia.
Por: Luis Bonza / El Armadillo*
“Venga don Jesús, lo invito a un tinto donde la veneca”, dijo el hombre entre risas, después de cerrar el negocio. Jesús se rio también y aceptó el café. Después de un año de vivir en Colombia, y seis meses de trabajar vendiendo planes de financiación de carros, había entendido que era más fácil fingir que pedir respeto y arriesgarse a perder la venta. Él también era “veneco”, pero había decidido modificar lo que lo ponía en evidencia: su acento.
Pasar desapercibido hacía el trabajo de Jesús más sencillo, pero también lo ponía en la situación incómoda de escuchar chistes y comentarios sobre su nacionalidad, sin que los charlatanes siquiera notaran la ofensa. Vender planes de financiación con acento venezolano era una desventaja; significaba ir en contra de prejuicios ya instalados, sobre los que poco podía hacer.
De acuerdo con el monitoreo que realiza El Barómetro, un proyecto de la Corporación Otraparte que analiza discursos discriminatorios y antidemocráticos en redes sociales de cuatro países de Sudamérica, son tres las principales ideas que circulan en Colombia sobre los venezolanos que viven en el país: que son criminales, que son mano de obra barata que les quita oportunidades de empleo a los colombianos y que las mujeres venezolanas son “prostitutas o quita maridos”.
“Con narrativas nos referimos a estos relatos que se van creando de manera moral para darle explicación a un fenómeno. Se van nutriendo de las historias de una y otra persona, y tienen también un componente emocional: generalmente la rabia o la indignación”, explica Liliana Fernández, socióloga e investigadora del proyecto.
La presencia de discursos xenófobos en redes sociales, que se dispara o mengua por el contexto social y político, tuvo un pico con la llegada masiva de venezolanos a Colombia entre 2017 y 2018, de acuerdo con Fernández, pero se ha reducido desde entonces.
Los resultados de la Encuesta Mundial de Valores -EMV-, que ofrece datos para comprender cómo cambian los valores, creencias y normas sociales en las sociedades, coinciden con el monitoreo de El Barómetro. En los resultados de la edición más reciente, realizada en 2024, se encontró que “las actitudes frente a la migración son más moderadas que en la ola anterior (2018) y muestran mayor flexibilidad hacia permitir la llegada de migrantes y no aplicar tantos límites estrictos”.
Lina Arroyave, investigadora en el área Internacional de Dejusticia, señala que “en Colombia hay una resistencia a reconocer y validar la otredad. Si el otro no se parece a mí, me hace ruido, me molesta, lo separo o no quiero que esté”. Sin embargo, coincide con el panorama que presenta la EMV: la apertura hacia la población venezolana ha aumentado, aunque con condiciones. “El pero tiene que ver con si esa persona viene a aportar al país en el sentido económico, a invertir, a crear empresa, a crear trabajos. Eso es lo que nosotros llamamos aporofobia, que es el rechazo al migrante que es pobre, el que usualmente un Estado no quiere”.
Cuando se le preguntó a los colombianos en la EMV sobre las acciones que debe realizar el Gobierno con personas de otros países que vienen a trabajar a Colombia, se redujo el porcentaje de quienes están de acuerdo con prohibir su entrada, y aumentó quienes creen que hay que “permitir que llegue cualquiera” o “que venga gente siempre y cuando haya trabajos”:

“Esa es otra narrativa que está cogiendo fuerza: la del migrante bueno vs el migrante malo. Que vengan los que tienen para aportar, los que quieren trabajar, los que no van a robar. Podríamos entenderlo como cierto progreso hacia la integración, pero no es posible hacer un filtro de cuál es cuál. Todos podemos ser buenos y malos a la vez”, agrega Fernández, la investigadora de El Barómetro.
Datos y contradicciones
La Encuesta Mundial de Valores (EMV) encontró que las mujeres, los jóvenes y los habitantes de grandes ciudades de Colombia son quienes manifiestan mayor apertura hacia la igualdad de género, la diversidad y la acogida a la migración. Una transformación que, sin embargo, no está exenta de contradicciones.
En relación con la diversidad, la Encuesta reportó una reducción del 28 % (2018) al 20 % (2024) entre quienes preferirían no tener vecinos homosexuales. Así mismo, el 85 % de las personas encuestadas dijo estar de acuerdo con que “las personas que se visten, actúan o se identifican como el sexo opuesto deben ser tratadas igual que cualquier otra persona”.
Wilson Castañeda, director de Caribe Afirmativo, dice que el hecho de que sean los jóvenes quienes más reconocen los derechos de las diversidades demuestra que prácticas como la homofobia y la transfobia pueden superarse con el paso de las generaciones. Y destaca que “un gran titular de la encuesta es que Antioquia es una región que lidera el reconocimiento de derechos a personas LGBTIQ+, pero es una foto muy paradójica, porque también es el departamento de Colombia con mayor violencia hacia las personas trans”.
Antioquia reportó casi un 50 % de todos los hechos violentos contra las personas LGBTIQ+ que han ocurrido en Colombia desde el 1 de enero de 2024 hasta la fecha, de acuerdo con el Observatorio de Derechos Humanos de Caribe Afirmativo. En lo que va del 2025, esa organización ha documentado el asesinato de 25 personas trans en Colombia y 11 de esos casos han ocurrido en el departamento.
“Entonces la foto es la de una sociedad que en términos teóricos parece que avanza en el reconocimiento de los derechos de las personas LGBT, pero que en términos prácticos no garantiza la protección de la vida. El problema que tiene medir valores es que son percepciones y pensamientos que no siempre se materializan en acciones”, afirma Castañeda.
La EMV también reportó que aún persisten actitudes conservadoras en torno al género: “Muchos hombres aún creen que deben tener prioridad laboral sobre las mujeres, y estas, a su vez, expresan preocupaciones sobre el impacto negativo de su desarrollo profesional en la crianza de sus hijos”.
Se registró un aumento del 48 % (2018) al 53 % (2024) de los colombianos que piensan que “cuando una mujer tiene un trabajo remunerado, los hijos sufren”. De acuerdo con Lucía Ramírez Bolívar, consultora en la línea de género de Dejusticia, esa es una afirmación que parte de unos estereotipos en los que se asume que son las mujeres las responsables del cuidado de la familia, y su ausencia genera necesariamente un desbalance.
“Pero no estamos mirando qué pasa con esa misma pregunta para los hombres, ¿cómo afecta a la familia que los hombres trabajen fuera de la casa o que abandonen el hogar? Ahí partimos de un problema y es que se naturaliza que el cuidado es una tarea de las mujeres, no que debería ser un trabajo que podemos asumir todos y todas”, propone Ramírez.
La visibilidad es la resistencia
Desde 2022, más de veinte organizaciones y colectividades escuchan con atención lo que se rumora en Medellín y el Área Metropolitana. Se trata de la Red Antirrumor, una colectividad que parte de la premisa de que los rumores, los comentarios y las afirmaciones prejuiciosas reproducen discursos de odio en contra de grupos poblacionales específicos y, en últimas, afectan el acceso a sus derechos.
Una investigación adelantada por la Red Antirrumor encontró que las poblaciones sobre las que más se rumora y se genera estigmas en la ciudad son las mujeres, la población afro, la población indígena, la población migrante, las personas LGBTIQ+ y los firmantes de paz. En la Encuesta Mundial de Valores se preguntó a los colombianos por cuáles son los grupos poblacionales que preferirían no tener como vecinos, y los resultados son muy similares.

“Yo creo que somos una sociedad respetuosa, pero indiferente con la diferencia. Hay una doble moral, porque decimos que somos respetuosos con el otro, pero que no sea mi vecino. Es una idea cosmética que busca maquillar que somos prejuiciosos, que despreciamos, que no reconocemos, que no queremos escuchar ni estar con quienes son diferentes”, afirma Juan Felipe Ortiz, coordinador de la Red Antirrumor.
A excepción de las personas que hablan diferente y los desmovilizados, en todos los grupos específicos poblaciones disminuyeron los porcentajes de quienes indicaron no quererlos como vecinos. De acuerdo con el informe de la EMV, entonces, “los colombianos son más tolerantes hacia ellos”.
El mayor riesgo de sufrir discriminaciones o violaciones a derechos humanos lo asumen quienes son más visibles, dice Ortiz, por eso muchas personas terminan optando por esconder su historia, su identidad o su acento: “Esto no puede derivar en que seamos una sociedad enclosetada, que no hable de lo que nos hace diferentes: de que fuimos a la guerra, de que migramos, de que cogemos distinto. No podemos ser una sociedad que tiene que aplanar su voz para que el otro no me vaya a violentar”.
¿Qué nos queda? se pregunta Ortiz, y la respuesta que propone es hablar, aunque sea una conversación, quizás, incómoda y larga. “Nos camuflamos por vulnerabilidad, pero cada vez deberíamos camuflarnos menos. La visibilidad es la resistencia”, finaliza.





