Lejos de explicar, la forma como este concepto es usado por algunos periodistas implica una descalificación sobre el valor de lo político. Esta recae principalmente sobre las movilizaciones sociales y la legitimidad de sus motivaciones.
En junio del 2021, cuando el furor del paro nacional que comenzó el 28 de abril del mismo año todavía no se apagaba, Noticias Caracol tituló: “Nelson Alarcón admite que tiene intereses políticos”. Se refería al revuelo causado por un video en que el entonces presidente de la Federación Colombiana de Educadores (Fecode) instaba a continuar las movilizaciones. “Esto es de largo aliento, esto es para llegar con miras al 2022 y seguir mucho más allá, para derrotar al Centro Democrático, para derrotar la ultraderecha y llegar al poder”, fueron las declaraciones del líder sindical y miembro del Comité del Paro que adelantó conversaciones con el gobierno nacional.
Este es uno de los ejemplos más evidentes de lo que sucedió durante ese periodo de movilización: ante la necesidad (y dificultad) de explicarles a sus audiencias qué estaba pasando y por qué las principales ciudades del país llegaron a tal nivel de estallido social, apareció el as bajo la manga, la vieja confiable: “intereses políticos”. Pero esa idea, que tomó fuerza con diferentes matices —desde vincular las movilizaciones a la figura de Gustavo Petro hasta relacionarla con los “intereses oscuros” de grupos armados ilegales—, dejó preguntas complejas como esta: “¿Quién te hizo tanto daño como para que creas que un paro no tiene intereses políticos?”.
El periodista Félix de Bedout lo planteó así: “Muchos sectores que están a favor del paro tienen intereses políticos, hay sectores en contra que también los tienen. Y ambos ejercen el derecho a defender esos intereses. Se llama política: “Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a un país”.”. En una posible paráfrasis de este planteamiento, podría decirse que incluso quienes afirman que esos tales intereses políticos existen lo hacen sentados sobre sus propios intereses políticos. Los medios de comunicación no están exentos.
Intereses interesados
El uso de los medios de comunicación de la idea de los “intereses políticos” no es nuevo. Casi en cada movilización social que ocurre en el país aparece, si no la afirmación, por lo menos la pregunta de si acaso aquella marcha, mitin, plantón, paro o confrontación tiene más que nobles y altruistas motivaciones, si acaso está permeada por esos intereses.
Por ejemplo, en 2014, a propósito de otro paro del que Fecode fue protagonista, el diario El Tiempo escribió un análisis titulado “El poder detrás de Fecode”. A renglón seguido anunciaba el sentido de esa pieza: “En el gremio de los maestros son evidentes los intereses políticos de sus líderes. Análisis”. El desarrollo de tal hipótesis sostenía que los 15 miembros de la junta directiva de Fecode para ese entonces mantenían “vínculos muy estrechos con políticos que son, en el fondo, sus verdaderos jefes”.
Para Juan Esteban Lewin, abogado y director editorial de La Silla Vacía, “hablar de intereses políticos se ha convertido en un cliché, usualmente para descalificar una actividad de cualquier grupo: un sindicato, un movimiento social, un gremio, un partido político incluso, lo cual muestra los niveles de contrasentido del uso que se le da”.
El Armadillo también consultó al profesor Mario Montoya Brand, doctor en derecho público y docente titular de la Universidad EAFIT con producción académica en filosofía política. Su análisis plantea que el uso peyorativo de ese concepto recae en un uso político: “Descalificar esos movimientos sociales, manifestaciones o expresiones por, supuestamente, no ser espontáneas, por no emerger de la ciudadanía, de las personas del común, sino porque según quienes las descalifican están manipulados por intereses políticos y muy a menudo partidistas”.
Este es un “uso perverso” de una noción que para Montoya Brand puede ser “profundamente valiosa”. Para él, frente a la acusación de tener intereses políticos, cualquier actor podría simplemente levantar los hombros y responder: “Claro que es un interés político, ¿cuál es el problema de que lo sea?”.
Señala que incluso la articulación internacional con otros actores, que es otro de los argumentos usados para deslegitimar movilizaciones sociales es una posibilidad válida en política. Durante el paro nacional en Colombia, se reprodujo en medios una “denuncia” de la vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez, que sugería “injerencia” de Nicolás Maduro en las protestas y se apoyaba en declaraciones en el mismo sentido del entonces presidente de Ecuador, Lenín Moreno. Montoya Brand dice que, en efecto, todas las ideologías, desde el comunismo hasta el conservadurismo, tienen articulaciones internacionales: “Ahí no hay nada nuevo”.
Por su parte, Juan Esteban Lewin agrega que si se entiende la política como la manera como se maneja la sociedad y se distribuye el poder, hay intereses políticos en cualquier actividad que pueda afectar lo social o esa distribución de los valores materiales y simbólicos en un grupo humano.
Las acusaciones sobre los “intereses políticos” en las manifestaciones surgen a menudo de los sectores que ostentan el poder del Estado y el establecimiento. Es por ello que en Colombia los ejemplos no se reducen al gobierno uribista de Iván Duque. Durante el gobierno de Juan Manuel Santos, actores más liberales como el exministro del Interior Guillermo Rivera también lo hicieron con el respectivo amplificador de los medios. En agosto del 2016, Blu Radio tituló así las declaraciones de Rivera sobre el paro cívico en Chocó: “Hay intereses políticos detrás del paro cívico en Chocó: Guillermo Rivera”.
Lo que importa
Detrás de la expresión de “intereses políticos” y su uso hay un viejo debate en la teoría política. Esto, de acuerdo con Montoya Brand, se podría resumir en las posiciones de dos pensadores del siglo XX. Por un lado está la noción de Carl Schmidt, para quien lo político puede llegar a ser cualquier cosa. Esta idea fue refinada después por Cornelius Castoriadis, al afirmar que no todo es político en su esencia, sino que todo es politizable. Siguiendo a Schmidt, Montoya aclara que “el contenido de lo político es absolutamente variable y modificable en el tiempo”, y pone como ejemplo la repolitización que las corrientes feministas hicieron sobre el espacio de lo privado.
En la otra esquina está la filósofa Hannah Arendt, para quien lo político es solamente aquello que es legítimo. Es decir que para ella hay intereses políticos que no deberían llamarse así, pues su idea de la política le apunta a la construcción del consenso, al reconocimiento del otro y a la posibilidad de construir un mundo donde sea posible convivir juntos. Esta idea parece haberse invertido con la llegada del siglo XXI y el descrédito de las instituciones liberales convencionales, como los partidos políticos. Esto sugiere entonces que hoy, en el reverso del pensamiento de Arendt y otros tantos, lo político se asocia a lo perverso, a la manipulación de lo colectivo en función de intereses particulares.
Más allá de este debate, la raíz latina de la palabra interés sugiere una definición más sencilla: los intereses están dados por aquello que importa. Montoya Brand lo amplía con su propia noción. Para él, se trata de las preferencias, los gustos, las perspectivas y las posiciones que se tienen sobre cualquier cosa, en este caso, sobre las formas posibles de conducir una sociedad.
“En los medios de comunicación hay un uso de la noción de intereses políticos que casi nunca tiene una valoración positiva como creo que debería ser en muchos casos. Casi que sin quererlo, los comunicadores se alinean a un lado”, dice Montoya. Agrega que cuando un interés político es leído de forma positiva, se le da otro nombre. En este caso es una “propuesta, iniciativa, una buena idea”. Por ejemplo, en la pugna por el incremento anual del salario mínimo, el Gobierno no tiene “intereses políticos” sino “propuestas”, como lo muestra este contenido del diario El Tiempo.
Montoya presenta un par de reflexiones finales. La primera apunta a la necesidad de reconocer que en el mundo de la política todos los actores están interesados. Afirma que incluso cuando se defiende algo que ya está en la Constitución, se defiende un interés. Parafraseando a Nietszche, Montoya Brand dice que “los derechos son intereses que olvidamos que eran intereses”. Al tener la idea de que no son discutibles, se olvida la historia de cómo se conquistaron y cómo se defienden en la actualidad.
La segunda es que cuando se habla de intereses políticos se olvida que estos tienen también una dimensión emocional. Durante el siglo XX, dice Montoya Brand, el racionalismo convirtió esas emociones en intereses y se consolidó la idea de que los intereses son racionales y están atravesados por cálculos fríos de pérdidas y ganancias. Esta forma de entenderlo dificultaría analizar, por ejemplo, los intereses de las víctimas del conflicto y su posicionamiento en el debate público.
“Creo que la noción de interés hay que reconstruirla para que recoja mejor lo emocional. Está muy asociada a la racionalidad política que implica argumentos, explicaciones, cifras, y cuando alguien intenta ser simplemente empático, solidario o argumentar desde el corazón, queda ridiculizado”, dice Montoya Brand. Pero allí, en esas emociones, también hay intereses políticos expresados.