La crisis energética que vivió Colombia en 1992 y la arremetida del cartel de Medellín contra el Estado dejaron las noches de la ciudad con más bombas que bombillos. Historia de unos alumbrados atípicos que transformaron esta tradición.
Pasadas las 11:00 de la noche del miércoles 2 de diciembre de 1992, luego de una victoria 3-2 de Atlético Nacional frente al Junior de Barranquilla en el Atanasio Girardot, un Renault 4 cargado con 120 kilos de dinamita explotó en la carrera 70 con calle San Juan, en el occidente de Medellín. 10 policías y tres civiles murieron.
Esas 13 víctimas y un dato adicional dan cuenta de la crudeza de la guerra en tiempos del cartel de Medellín: 1992 concluyó con 6622 muertes violentas solo en la capital antioqueña, un promedio de 18 asesinatos al día.
Pero ese año tuvo otra coyuntura que también amenazó la celebración de la Navidad: el Fenómeno del Niño secó los embalses y obligó a adelantar los relojes una hora para aprovechar la luz del sol. Esa medida, conocida como la Hora Gaviria, y la novela por las demoras de la entrada en operación de la hidroeléctrica de El Guavio —que seguirá siendo la central de generación de energía más grande del país hasta que Hidroituango opere con cinco de sus ocho turbinas— se volvieron tema del día a día.
En ese 1992 un litro de leche valía $270; un “Colombiano” o un “Espectador”, $200; el dólar se negociaba en promedio a $720 y el salario mínimo mensual era de $65.000. El presidente era César Gaviria Trujillo, el ministro de Gobierno, Humberto de la Calle y Carlos “El Pibe” Valderrama portaba la camiseta #10 del Deportivo Independiente Medellín. La apertura económica en Colombia apenas comenzaba, las obras del metro de Medellín entraban en su recta final y Pablo Escobar pagaba entre uno y cinco millones de pesos por policía asesinado.
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Era junio de 1992, los pronósticos hidrológicos para el resto del año en Colombia eran pesimistas y la pregunta que rondaba por los pasillos del edificio Miguel de Aguinaga de EPM se convirtió en un concurso interno: ¿cómo seguir la tradición de los alumbrados navideños de Medellín en pleno racionamiento energético?
Para ese entonces el ingeniero electricista Carlos Arturo Díaz vivía en doble militancia. En la nómina de EPM aparecía como jefe de la Sección Social y de Promoción de la empresa, pero también era un pintor con cierto reconocimiento en los círculos artísticos de Medellín. Por eso no fue extraño que boceteara en una hoja la propuesta de alumbrados no alumbrados que resultó ganadora.
“No se podía utilizar ningún elemento eléctrico —recuerda Díaz—. Lo primero que hice fue un ejercicio de ilustración y me centré en pensar a gran escala la decoración navideña de una casa con coronas y campanas. Incluso la primera propuesta incluía una caravana con caballos y jinetes iluminando la ciudad con antorchas, que era un guiño a lo medieval, pero después la aterrizamos a algo más práctico porque del batallón solo nos prestaban diez caballos”.
Díaz agrega que luego de algunos cambios la propuesta gustó en EPM y en La Alpujarra, pero el siguiente paso era ejecutarla. Una tarea difícil si se tiene en cuenta que la mayoría del personal disponible de la empresa era experto en instalar bombillos y levantar postes de energía, pero incapaz de enhebrar una aguja.
“Los hombres decían que eso no era para ellos —añade Díaz—y empezamos a convocar a 50 madres creativas y trabajadoras que habíamos conocido en barrios de Medellín, y que eran artesanas, modistas, tejían mimbre. Tuvimos que crear un taller desde cero y hasta guardería porque venían con sus hijos”.
Importaron desde Estados Unidos las primeras guirnaldas que usó EPM en el alumbrado navideño. También recorrieron las peleterías de la ciudad y las grandes fábricas en Bogotá en busca de plástico y papeles de colores que los hombres cortaban mientras las mujeres artesanas tejían coronas y campanas de más de dos metros de altura.
“Al principio ninguno de nosotros sabía cómo hacer estos arreglos navideños, pero empezamos a trabajar y fue fácil”, le dijo al periódico El Mundo Maria Elena Loaiza, coordinadora de uno de los grupos de artesanas, en diciembre de 1992.
Un comunicado oficial de Empresas Públicas de Medellín indicó que para la decoración navideña de ese año fueron necesarios 34 mil metros de papel metálico y 8 mil metros de plástico, tela, anjeo, hierro y alambre. En total fueron 166 pendones, 170 antorchas, 34 juegos de campanas, 34 moños gigantes, 17 coronas, 172 guirnaldas, un pesebre en lámina de zinc y una vela de nueve metros de altura con una llama ficticia. El costo del alumbrado ese año, informó El Colombiano, disminuyó de $200 a $60 millones.
La zona decorada en el centro fue el corredor de la avenida La Playa desde el teatro Pablo Tobón Uribe hasta el hoy Museo de Antioquia; y Junín desde el edificio Coltejer hasta el Parque de Bolívar. El Pueblito Paisa tuvo 50 antorchas alimentadas con gas que permitieron observar desde uno de sus principales miradores una ciudad sitiada por la violencia y a media luz por el apagón.
La noche y el fuego sagrado
La decoración navideña estaba lista y funcionaba de maravilla hasta que se escondía el sol, pero la apuesta era que la gente también visitara el recorrido en la noche, a pesar de que la ciudad había vivido traumas recientes como la masacre de Villatina (15 de noviembre) y el carrobomba de la 70. Y que se mantenía el plan pistola del Cartel de Medellín contra los policías.
Para esa ambición nocturna fueron importantes el fuego de las 170 antorchas encendidas a diario, entre el 7 y el 23 de diciembre, desde las 7:30 de la noche, por un grupo de zanqueros; y la música en vivo a cargo de más de 50 grupos. La coordinación de la agenda cultural corrió por cuenta de la Oficina de Fomento y Turismo y de la Corporación Taller de la Música.
Al desfile de Mitos y leyendas le siguió una programación musical con la Orquesta Sinfónica de Antioquia, Cantoalegre, Luna Lunera, el Quinteto Experimental de Bronce y el Conjunto Instrumental Antioqueño, entre otros. Un festival itinerante con más de 480 artistas al que El Colombiano calificó como “bellas melodías que perduraban por encima de los fatídicos estallidos”.
Luis Fernando “el Gordo” García estaba ya por esos días en las calles de Medellín con Barrio Comparsa. Con música y danza llevaba un mensaje de resistencia por las comunas más violentas. Así recuerda lo que fue el desfile de Mitos y leyendas de ese año y todo el corredor de los alumbrados sin bombillos de 1992:
“Fue una propuesta estética que construimos luego de identificar los puntos de cultura y los jóvenes que transformaban los barrios. De ahí salieron los zanqueros y empezamos a hacer presencia con el arte en medio de una ciudad confundida y llena de terror. Fue un abrazo colectivo y la oportunidad de mostrar una generación de jóvenes que no querían ser estigmatizados”.
De esa camada surgieron o se fortalecieron, además de Barrio Comparsa, procesos culturales como Nuestra Gente, Canchimalos, Picacho con Futuro, Recreando y Comparsa Luna Sol, por mencionar algunos.
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El día que se inauguraron los alumbrados El Colombiano tituló “Sinfonía de color”. El Mundo, “Brillo de Navidad”. Para Carlos Arturo Díaz y su equipo de trabajo fue un año especial porque el apagón les prendió el bombillo para entender que los alumbrados navideños en Medellín eran mucho más que las 200 mil luces utilizadas en 1991 y que no era una tarea exclusiva de técnicos e ingenieros.
En 1993 se terminó el racionamiento y ese año EPM instaló 120 mil bombillos además de un sol en el Pueblito Paisa y una luna en el cerro El Volador. Pero otros hitos han llegado con el paso de los años. En 1994 fue la primera vez que las luces navideñas llegaron al circuito del río Medellín con un pesebre gigante en el puente de Guayaquil; en 1999 fueron muy comentados porque las telas blancas sobre el río, iluminadas con reflectores, parecían ropa interior femenina y en 2002 fueron más de 10 mil sombrillas en el lecho del río.
En 2011 National Geographic incluyó a la ciudad como uno de los diez destinos en el mundo para visitar en Navidad y cada año hay todo un debate público sobre si el alumbrado navideño quedó más bonito que el de años anteriores.
Este 2022, la celebración del alumbrado incluye diez millones de bombillas y 32 mil figuras hechas a mano por 123 madres cabeza de familia. El concepto escogido fue “Medellín encanta en Navidad”, irá hasta el 15 de enero e incluyó el pago de una (polémica) licencia a Disney para recrear los nombres y elementos gráficos de la familia Madrigal en la película Encanto. El costo total de todo el alumbrado navideño de este año, según le confirmó EPM a El Armadillo, fue de $21.500 millones.