«Crímenes pasionales» con la información

Por El Armadillo

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25 de noviembre de 2021

Los medios de comunicación no terminan de erradicar de sus páginas la “pasión” que justifica a los asesinos de mujeres. En Colombia no existen guías para la difusión de información judicial con un enfoque que dignifique a las víctimas de violencia de género.


A Deisy Marcela le dispararon dos veces en Neiva, Huila, el pasado 29 de agosto. Alexander Toledo, su pareja, confesó el crimen y se entregó en la estación de Policía. Horas después el diario La Nación reportó este como “el primer feminicidio del año”, pero decidió titular con la frase: “Crimen pasional en el sur de Neiva».

Agregarle «pasión» a la información sobre un asesinato es un intento de justificación que termina ocultando un problema mucho mayor que es la violencia de género, según el Manual de Género para Periodistas creado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). 

Las violencias basadas en género no son un problema menor. Los reportes de Medicina Legal indican que, entre enero y octubre de este año, 797 mujeres fueron asesinadas. Y en 525 de esos casos (66 %), de acuerdo con la Fundación Feminicidios Colombia, el crimen ocurrió por razones de género; es decir, las víctimas fueron asesinadas por ser mujeres.

Para explicar lo que significa un crimen por razones de género, el Instituto de Psicología de la Violencia de México usa el concepto de convicción. “El agresor aplica la violencia para mantener el comportamiento de la mujer dentro de unos parámetros que responden, exclusivamente, a la voluntad del hombre (…) Él está convencido de su legitimación para utilizar la violencia con el fin de lograr que la mujer se comporte conforme a un orden determinado por él”.

Myriam Jimeno, doctora en Antropología y docente de la Universidad Nacional de Colombia, identificó que muchas de las violencias contra las mujeres nacen en las profundidades de las relaciones interpersonales. El ejemplo perfecto es la romantización del amor que considera los vínculos amorosos como algo sublime, donde dos personas se convierten en una. 

Esos vínculos crean relaciones de poder y dan pie a excesos como “morir de amor” o “matar por amor”. «La mujer puede ser exhibida como una prenda hermosa y el varón supone que adquiere el poder para garantizar y premiar la sumisión de su pareja con regalos y dinero. Pero con esto –y de allí surge el soporte de la violencia– también adquiere el poder de castigar sus supuestas fallas o insubordinaciones”, explica Jimeno en su informe titulado El feminicidio está arraigado en la cultura.

Esto explica que, al usar frases como «crimen pasional», «cegado por los celos» o «la mató por amor», la prensa podría terminar normalizando y justificando la violencia, reduciéndola a una expresión de locura en lugar de una acción deliberada en el contexto de una relación de poder.

 

Sin justificaciones

La expresión “crimen pasional” que se usa en los medios se conecta con el atenuante de «ira e intenso dolor», que aún hoy existe en el Código Penal e implica rebajas en las condenas de quienes actúen «cegados» por la emocionalidad en ciertos casos que son valorados por los jueces. “Se aplicaba en los maridos que encontraban a sus mujeres con otros”, explica María Camila Correa, doctora en Derecho y docente de la Universidad del Rosario. 

Correa se refiere al Código Penal de 1890 que, en su artículo 591, contemplaba que un hombre era “inculpable absolutamente” cuando asesinaba a su “mujer legítima” (esposa). La exención de culpa se daba cuando la esposa “era sorprendida en actos carnales, deshonestos e ilícitos” con alguien distinto a su cónyuge. El Código también consideraba inculpable el homicidio de los amantes de esas mujeres. 

Pero mucho antes de ese código, en Europa ya se hablaba de algo cercano a lo que hoy llamamos feminicidio. De acuerdo con la escritora y activista Diana Russel, la palabra “femicide” se usó por primera vez en Reino Unido en 1801 para hablar del asesinato de una mujer. Pero el vocablo cayó en desuso hasta los años 60 del siglo pasado, cuando las feministas lo rescataron para hablar de los efectos nocivos de la desigualdad de género, de acuerdo con la investigadora Celeste Saccomano, del IESE Business School. 

A la mexicana Marcela Lagarde se le atribuye el cambio de femicidio a feminicidio. Ese cambio, explicó en su momento la autora, tenía la intención no solo hablar del asesinato por el hecho de ser mujeres, sino también de la impunidad y la violencia institucional con la que se atienden este tipo de casos; es decir, no solo responsabilizar de este fenómeno criminal al autor, sino también a la ausencia estatal de estrategias para reducirlo.

En Colombia el delito de feminicidio fue creado por la Ley 1761 de 2015, llamada Ley Rosa Elvira Cely en memoria de una mujer que tres años antes fue violada, empalada y asesinada por su compañero de estudio, Javier Velasco, en el Parque Nacional, en Bogotá.

 

No es solo lo que se dice, sino lo que se muestra

El problema con el tratamiento informativo de las violencias contra las mujeres no es exclusivo de Colombia. El 9 de febrero de 2020, México se horrorizó ante la noticia de que un hombre asesinó a su pareja y que, para deshacerse del cadáver, desolló y mutiló el cuerpo. El nombre de la víctima fue tendencia en redes sociales e incluso algunas fotos de su cuerpo destrozado, que fueron filtradas por los investigadores del caso, llegaron a publicarse con titulares como «La culpa la tuvo Cupido» (diario ¡Pásala!) y con datos privados de la mujer, como la ubicación de su vivienda, su historial amoroso y académico.

De ella se conocieron nombres, apellidos, fotos en vida y ya muerta, mientras que del victimario solo se conocieron sus iniciales. Mariana López, periodista mexicana, explica que eso también ocurre por desconocimiento. 

«En las redacciones nos dicen claramente que no podemos incluir el nombre del victimario hasta que no sea condenado porque está protegido por la ley y es muy fácil que él o su familia nos denuncien. Sobre cómo hablar de la víctima nunca nos explican nada, y como ya no está viva, muchos colegas no piensan que están afectando su privacidad», cuenta. López reconoce que ella misma incurrió en esos errores al principio de su carrera y que solo pudo enmendarlos cuando, por convicción propia, decidió asistir a cursos de tratamiento informativo con perspectiva de género. 

A raíz de este y otros casos, ONU Mujeres, la campaña Spotlight (de la Unión Europea y Naciones Unidas) y el gobierno mexicano se unieron para crear el primer Manual urgente para la cobertura de violencia contra las mujeres y feminicidios, en el que se dan consejos sobre cómo cubrir este tipo de informaciones, muchos de ellos aplicables a Colombia, donde no existen guías para el cubrimiento de noticias judiciales con enfoque de género.

Informar mejor

La docente Correa explica que, “aunque los medios de comunicación no están obligados por ley a realizar un mejor tratamiento de la información, Colombia sí suscribió hace muchos años la Convención de Belém do Pará”, un tratado que busca prevenir, sancionar y erradicar las formas de violencia contra la mujer. 

En el capítulo tercero de esa Convención se establece que los estados firmantes, como Colombia, deben alentar a los medios de comunicación a elaborar directrices de difusión que contribuyan a erradicar la violencia contra las mujeres en todas sus formas y a realzar el respeto a su dignidad. 

Correa sugiere que cada medio de comunicación establezca protocolos internos para el manejo de información sensible, y aclara que hasta el momento no conoce ninguno en el país. 

Una base para esos protocolos podría ser el capítulo III de la Plataforma de Beijing, que en su numeral J habla de la necesidad de suprimir la proyección constante de imágenes negativas y degradantes de la mujer en los medios de comunicación, sean electrónicos, impresos, visuales o sonoros. Incluso si estas imágenes y representaciones ya están regadas en las redes sociales, los medios pueden plantearse si al reproducirlas contribuyen a la dignidad de las mujeres o, al contrario, se convierten en parte del problema.

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