Muchas y muy diversas voces recomiendan no usar el término “turismo sexual”. Sin embargo, su aparición recurrente y extendida en los medios en referencia a situaciones como la de Medellín demuestra que es un consejo poco escuchado.
¿Pueden incluirse en el mismo conjunto una persona que viaja para avistar aves exóticas, otra que lo hace para probar platillos locales y descansar en una playa paradisíaca y una más que sale de su lugar de origen y paga por encuentros sexuales?
A inicios de abril del 2024, una crónica de El País sobre la explotación sexual de menores de edad en Medellín, aparentemente exacerbada por el boom turístico, despertó decenas de críticas en redes sociales por el uso de expresiones que persisten en salas de redacción pese a que organizaciones y expertas en temas de género recomiendan no usarlas.
El titular decía: “Niñas prostituidas y estadounidenses descontrolados: el turismo sexual de Medellín”. Varias de las reacciones eran, justamente, de periodistas mujeres con dos cuestionamientos centrales: 1. Las niñas no se prostituyen, sino que son explotadas sexualmente. 2. Ese tal “turismo sexual” no existe. Una persona del equipo de El País nos contó que, con ese contenido, tanto quien lo escribió como quien lo editó desatendieron “sugerencias de compañeras que saben del tema” antes de publicarlo.
Aunque el Libro de Estilo de ese medio no tiene una instrucción específica sobre la expresión “turismo sexual”, en un apartado sobre lenguaje sexista dice que defiende “la plena igualdad entre hombres y mujeres en todo el mundo” y que “nadie está libre de utilizar un lenguaje sexista, y por ello conviene revisar el propio texto, una vez terminado, para comprobar que no se ha empleado un lenguaje discriminatorio”.
La crónica de El País cambió de titular al día siguiente, por este: “Niñas prostituidas y extranjeros voraces: la explotación sexual en Medellín”. Según la misma persona de ese equipo, las razones del cambio fueron tanto los señalamientos en redes, que llegaron incluso de experiodistas de esa redacción, como las críticas internas que no tuvieron eco antes de publicar. Sin embargo, la expresión se mantiene en otras notas recientes. Ante la falta de precisión del Libro de Estilo, “es cierto que queda a veces a discreción del redactor o del editor” usar o no expresiones como “turismo sexual”, agrega la misma fuente.
Más allá de la historia de ese titular, muchos medios de comunicación nacionales e internacionales, organizaciones sociales y hasta publicaciones académicas han usado y siguen usando ese término. Se refieren a un fenómeno que traspasa las fronteras de lo legal, que moviliza billones de cualquier moneda cada año y que se enmarca en unas relaciones de poder desiguales en las que usualmente los sitios “receptores” están en países pobres.
Una tipología que no existe
El turismo sexual “no está definido como una categoría de una actividad turística” por autoridades como ONU Turismo, dice José Alberto Mojica, periodista especializado en temas de infancia y en periodismo de viajes. Esa agencia de la ONU —llamada antes Organización Mundial del Turismo (OMT)— define otros tipos, como el de bienestar, el de aventura, el costero, el cultural, el educativo o el de salud, pero no uno “sexual”.
“Es un concepto que tiene una connotación bastante negativa para el sector”, agrega Edna Rozo, decana de la Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras de la Universidad Externado de Colombia. Para ella —y en esto coinciden todas las posturas críticas, incluido Mojica—, el término correcto es Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA) o, en los casos en los que se da una transacción con una persona mayor de edad, es prostitución asociada a turismo.
En este último caso, se define una actividad que ejerce un turista, no un tipo de turismo. Es por eso que, como ejemplifica Mojica, tampoco se habla de un “turismo de drogas”, sino que hay consumos de sustancias que se pueden dar en contextos turísticos. Y es también por esto que en los medios este fenómeno no suele cubrirse desde las secciones de viajes y turismo, sino más bien desde las secciones judiciales, pues se reconoce como un problema criminal.
Para la decana Rozo, un turista que incurre en ESCNNA no deja de ser turista, pero es al mismo tiempo una persona que está violando la ley y debe ser castigado. También explica que estas prácticas se pueden enmarcar en el concepto de “turismo oscuro”, que se refiere a la visita de lugares marcados por muertes y tragedias. Y sí, existen “paquetes turísticos” que incluyen la oferta de servicios sexuales o facilitan la explotación, y que según datos referenciados por Rozo pueden ser más rentables que el narcotráfico, pero que obedecen a la dinámica de redes criminales, y no de un sector formal de la economía.
Vea también: La historia del gringo capturado por explotar sexualmente menores de edad en un apartamento de La Floresta
No obstante, la reflexión sobre este concepto es más o menos reciente. Nelson Rivera, subdirector de atención especializada de la Fundación Renacer —que trabaja desde 1988 por la erradicación de la ESCNNA en Colombia—, señala que el debate surgió a mediados de los años 2000 desde el sector turístico, que empezó a sentirse cuestionado frente a estas situaciones, “como si tuviera una responsabilidad directa”. Entonces, cadenas hoteleras internacionales y otras empresas del sector tomaron medidas de prevención y trataron de desmarcarse de la idea de que hacían parte de esa “cadena de valor”.
Entonces, frente a ese consenso aparente, ¿por qué persiste el uso del concepto? Rivera no se atreve a decir que se trate de una discusión saldada. De hecho, menciona que en el Código Penal colombiano el “turismo sexual”, con ese nombre, está tipificado como delito (artículo 219): “El que dirija, organice o promueva actividades turísticas que incluyan la utilización sexual de menores de edad incurrirá en prisión de cuatro (4) a ocho (8) años”. Rivera agrega que esta definición apunta más hacia las organizaciones criminales, lo que la hace difícil de perseguir, y deja por fuera a quienes ejercen directamente la explotación.
Por otro lado, la decana Rozo considera que su persistencia puede deberse a que decir Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes es más largo y su sigla no es muy conocida, mientras que el concepto de turismo sexual lo simplifica. Y para José Alberto Mojica, quien pasó los últimos 22 años en redacciones como la de El Tiempo, la razón principal es el desconocimiento de esta discusión, aunque no descarta que el uso del término pueda ser más “vendedor” en medio de esa guerra del centavo en la que los medios luchan por cada clic.
Más que evitar el concepto
José Alberto Mojica considera que hay que hacer “mucha pedagogía” en las salas de redacción frente a estas expresiones porque a estas alturas, incluso, siguen apareciendo fórmulas como la de “crimen pasional”.
Vea también: «Crímenes pasionales» con la información
Pero esa pedagogía no se limita a prohibir el uso de estas expresiones. Para él, es necesario recordar también que las y los menores de edad siempre son víctimas en estos casos, que “un niño no se explota sexualmente, lo explotan”. Y Nelson Rivera lo complementa cuando dice que, incluso más que el uso de los conceptos, le preocupa que “hay una tendencia a culpabilizar, a señalar y a estigmatizar” a las víctimas.
Rivera no solo se refiere a niños, niñas y adolescentes, pues aunque la prostitución ejercida por mayores de edad es legal, “tiene una carga moral y social muy fuerte”. Dice que más allá del debate sobre si puede considerarse una actividad voluntaria que se constituye como trabajo, esta “está atravesada por relaciones de poder que ponen a unas personas en condición de desventaja frente a otras”, como ocurre también en los contextos de turismo. No en vano, casi todos los países conocidos como destinos de “turismo sexual” tienen en común que son del Sur global: por ejemplo Brasil, República Dominicana, Filipinas, Camboya o Colombia.
Para Mojica, es necesaria una mirada integral que entienda todo el contexto que hace más vulnerables a unas personas que a otras. Esa mirada también pasa por cuestionar si la idea de “turismo sexual” descarga la responsabilidad solo en el turista que es, a su vez, el último eslabón de una cadena, pues Mojica recuerda que hay “redes locales que manejan el negocio ante la vista de todos”.