Ausencia del Estado: el diagnóstico para todos los “males”

Por El Armadillo

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2 de febrero de 2023

Pese a su uso extendido, la expresión ausencia del Estado más que aclarar esconde problemáticas reales con una receta mágica. Por ser excesivamente simplista, esa fórmula no ayuda a entender las complejidades internas de ese Estado, hace que veamos territorios como espacios vacíos y no profundiza en las disputas que se dan en la construcción de los órdenes sociales.


Al tratar de explicarnos problemas que aquejan a comunidades campesinas, poblaciones indígenas o barrios pobres de los bordes de las ciudades; periodistas, columnistas y opinadores de redes sociales suelen acudir a un término que, con cierto tono académico, pareciera dar visos de legitimidad a quien lo enuncia: la ausencia estatal.

Estas mismas tres palabras o algunas similares han servido para explicar en los medios y redes sociales fenómenos tan disímiles como la violencia en “las comunas de Medellín”, la muerte de niños y niñas por desnutrición en La Guajira, los bloqueos en la Ruta del Sol y las masacres en el suroccidente del país.

Diagnosticado el problema, por una simple operación de lógica la receta mágica para solucionarlo debería ser la presencia estatal. Sin embargo, reducirlo así no ayuda a que comprendamos mejor estas problemáticas.

Comparando la realidad con un Estado ideal

Para Irene Piedrahita Arcila, profesora del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia e investigadora sobre el conflicto armado y los procesos de formación local del Estado, el principal problema con esta expresión es que incurre en una lectura imprecisa de la realidad: “Normalmente, cuando se dice que el Estado no está o está ausente hay una imprecisión: porque el Estado sí está, aunque no corresponda a esa idea que tenemos de una presencia más integral”.

Más que una ausencia total, lo que ocurre en estos casos, de acuerdo con su perspectiva, es que no se evidencia una presencia completa, ideal y utópica del Estado, esa visión que se deriva del Estado de Bienestar con la capacidad de garantizar a sus ciudadanos derechos como la educación, la comida, el techo o la seguridad.

Cuando los investigadores, las personas que se preocupan por los problemas sociales y por supuesto los periodistas buscamos encontrar en la realidad ese Estado ideal de la teoría política clásica (que logra controlar efectivamente el territorio, las poblaciones y los recursos) estamos pretendiendo ver algo que es en realidad una visión teórica.

Pero esta pretensión dificulta ver lo que realmente ocurre en los territorios, que pasa por las prácticas de las instituciones, los burócratas y las personas u organizaciones en que el Estado delega algunas de sus funciones.

Entonces la imprecisión del término, para la profesora Piedrahita, se debe a que plantea una dicotomía entre ausencia y presencia que impide la comprensión de matices y procesos, y de que hay diferentes grados de presencia estatal. Esto porque el Estado tiene múltiples formas de manifestarse en los entornos locales y resulta que casi siempre hace presencia, pero no toda la que queremos o no de la manera que queremos.

Las diferentes caras del Estado

Para enfrentar esta lectura dicotómica de un Estado presente o ausente, el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) ha venido hablando durante décadas del concepto de presencia diferenciada del Estado que, aunque es una idea que también tiene cuestionamientos en la academia, ha resultado más aceptada para entender las múltiples caras que tiene en lo local. “Lo que la presencia diferenciada del Estado nos dice es: venga, que aquí sí hay unas formas de presencia del Estado. No significa que el Estado no esté”, explica Irene Piedrahita.

Un ejemplo ampliamente usado para entender lo anterior tiene que ver con el conflicto armado que ha llevado a que en algunas partes del país la presencia estatal sea sobre todo militar, mientras hay grandes carencias asociadas a las condiciones de vida y los servicios públicos.

Pero también hay otros lugares como los barrios de clase media alta de las ciudades principales donde no solemos describir sus problemas desde la ausencia del Estado, aunque la presencia de instituciones, acciones y programas estatales puede ser escasa o los servicios básicos han sido prestados por privados. Así, aunque parezca una paradoja, puede haber mucha menos presencia estatal que en lugares con una alta (aunque a veces insuficiente) intervención estatal como La Guajira o la Comuna 13 de Medellín.

Cuando la presencia estatal no es la solución

La presencia estatal es una fórmula mágica que ha sido utilizada por todos: desde los más “progres” hasta los más “fachos”, así se estén refiriendo a cosas totalmente opuestas. Su carácter ambiguo no ayuda a entender cuáles son las acciones que unos u otros demandan.

La profesora Julieta Lemaitre, de la Universidad de Los Andes, describe en uno de sus artículos una escena que es un buen ejemplo de lo anterior: en sus clases de Sociología del Derecho acostumbraba ver junto a sus estudiantes el documental de 1999 sobre el barrio La Sierra, de Medellín, en el que se narra la disputa entre grupos paramilitares y cómo muchos jóvenes de ese barrio caen en medio de esa confrontación. Al terminar les pedía a sus alumnos explicar el origen de los problemas que vieron en el documental y muchos de ellos coincidían en “la ausencia del Estado”. En lo que sí dividían opiniones es en que algunos consideraron que faltaban acciones de fuerza para encarcelar a los responsables de la violencia, mientras otros hablaban de inversión y programas sociales.

Entonces, más que servir para leer las problemáticas de nuestros entornos y para describir a los lugares que visitamos, la expresión ausencia del Estado encarna, sobre todo, una demanda: creemos en el Estado y estamos esperando que dé soluciones, pero a veces lo que estamos denunciando es su respuesta inadecuada o su incapacidad para afrontar ciertos problemas.
Para Claudia Puerta Silva, doctora en antropología e investigadora de la Universidad de Antioquia que ha trabajado buena parte de su carrera con indígenas wayuu, este es el caso de La Guajira. En su más reciente proyecto de investigación sobre el hambre en esa región, el equipo de investigación encontró que, en vez de un Estado ausente, hay una amplia presencia de actores institucionales. A pesar de eso, el problema del hambre no ha podido resolverse e incluso, en algunos casos, parece haber empeorado.

“El enfoque que estamos siguiendo es que no hay tal ausencia del Estado. El Estado no renuncia a su control, pero sí descarga responsabilidades y acciones en otros actores”, explica Puerta. Se refiere a que en la ejecución de las políticas públicas participan actores privados, mixtos y de cooperación internacional o ayuda humanitaria. Esto es lo que Beatrice Hibou, una académica francesa de la ciencia política que se ha dedicado a estudiar los procesos de privatización del Estado, ha llamado “descarga del Estado en terceros”.

En el análisis de Claudia Puerta, esa ineficacia de la política pública se debe a varios factores. Por ejemplo, a que hay una planeación de arriba a abajo que no tiene en cuenta ni las particularidades ni las capacidades de los territorios; a una amplia dispersión y descoordinación de responsabilidades; y a asuntos burocráticos tan simples como que en ciertos momentos del año los operadores no tienen contratos y se retrasa el inicio de los programas. 

Entonces, más allá de ayudar a entender lo que funciona y lo que no en las acciones del Estado, la explicación de los problemas por medio de su “ausencia” termina por desdibujar sus responsabilidades.

El Estado en disputa

Más allá de que la expresión ausencia del Estado no aporta a describir problemas y soluciones,  su uso también contribuye a afianzar una representación de ciertos territorios como espacios “vacíos”, sin relaciones sociales y significados. Para Margarita Serje, profesora de la Universidad de los Andes que ha investigado sobre el Estado en “espacios de frontera”, esta representación resulta peligrosa porque justifica una lógica de la intervención y desconoce los procesos históricos de acumulación de recursos que dan lugar al mismo Estado.

En el caso de las que han sido llamadas zonas de frontera, el uso de ausencia del Estado es una falsa dicotomía, pues en sus palabras: “la riqueza producida en estas periferias olvidadas ha permitido el desarrollo de las regiones centrales.”

Resulta que cuando hablamos del Estado estamos obviando que este es un aparato que se ha venido formando a partir de procesos de concentración de recursos y en disputa con otras fuerzas como grupos armados ilegales, élites locales o comunidades étnicas con otras tradiciones culturales. Pero la ausencia, más que reconocer las tensiones, resistencias y negociaciones en la formación de ese Estado, naturaliza su presencia como si se tratara de un salvador.

 

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