Aunque la expresión mermelada se usa en Colombia desde 2011 para hablar de equidad en la repartición de las regalías, ahora se asocia con diferentes transacciones, debidas e indebidas, entre el Ejecutivo y el Legislativo. Breve historia de por qué esta fórmula simplista vinagra la receta del debate público.
El diccionario define el sustantivo mermelada como una “conserva elaborada con fruta cocida y azúcar”. Y no es extraño que invocar este término, y el dulce sabor de dichos manjares, provoque antojo entre los lectores: es de conocimiento público que es un producto bien valorado en las mesas colombianas.
Pero en la última década hablar de mermelada en Colombia se volvió un tema agridulce. Su aparición en noticieros y titulares de prensa, sobre todo en épocas electorales, se asocia más con la corrupción o el clientelismo que con la tradición gastronómica. ¿A qué hace referencia?, ¿con qué se come?, ¿y por qué se usa?
Arqueología de la receta
La entrada de esta confitura al debate público tiene un contexto y un primer gran responsable: fue en 2011 cuando el entonces ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, defendió el cambio al Sistema General de Regalías para así permitir que la mermelada —léase dinero público— se repartiera en toda la tostada nacional —entiéndase todos los departamentos de Colombia—. Esto, en el marco de la “unidad nacional” liderada por el entonces presidente Juan Manuel Santos.
En las propias palabras de Echeverry, el concepto mermelada fue un símil que se le ocurrió durante una entrevista radial para hacer pedagogía de la reforma que fue sancionada por Santos en mayo de 2012:
La reforma a la que hace referencia el exministro de Hacienda fue la que permitió, luego de 20 años, el reemplazo del Fondo Nacional de Regalías (donde el 80 % de los recursos de regalías del sector minero-energético se destinaba únicamente a los territorios productores) por cinco fondos para descentralizar los recursos y repartirlos en los 32 departamentos: Ciencia y tecnología, Ahorro pensional territorial, Estabilización, Desarrollo y Compensación territorial.
Las estimaciones del Gobierno en ese entonces daban cuenta de que el país recibiría $95 billones por concepto de regalías, entre 2012 y 2020, producto de la bonanza en la industrias petrolera y minera.
Aquí entra en juego otra dinámica clave en las transacciones ejecutivo-legislativo que son los cupos indicativos: recursos asignados por el Gobierno en el presupuesto nacional, que son gestionados y priorizados por congresistas, para el desarrollo regional y ejecución de proyectos en sus territorios. Aunque vale aclarar que no necesariamente representan algo indebido, sí son un terreno fértil para que los congresistas destinen esos dineros para obras que impulsen sus propios proyectos políticos.
Mermelada con sabor a oposición
María Margarita Zuleta, directora de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, explica que este tipo de expresiones son muy eficaces en la contienda política, pero que es una excesiva simplificación. La Paca, como se le conoce, agregó que si permanecen en el tiempo, esas expresiones no permiten distinguir un fenómeno político de otro. Es decir, que en temas de mermelada, el diablo también está en los detalles:
“Lo que en ese momento hizo de forma muy brillante la oposición fue resolver que ese término lo que quería decir era politiquería o corrupción. Resolvieron con humor, sin lugar a duda, descalificando el acuerdo de la unidad nacional. En ese entonces fue muy efectivo desde la opinión pública, pero no permitía entender cuáles eran [son] los problemas”, dice la Paca.
En sus palabras, el problema de que la mermelada se asocie con cualquier transacción política tiene que ver con ese carácter simplista. “Resolver que todo lo que no nos gusta es mermelada no nos permite saber con juicio cuándo estamos buscando un acuerdo político para lograr una reforma y cuándo buscamos un acuerdo político indebido, por ejemplo, a través de contratos. Y no nos permite entender que los acuerdos de política electoral requieren de participación política [burocracia] y eso es un hecho en cualquier lugar del mundo”.
Víctima de su propio invento
Andrés Hernández Montes, director de Transparencia por Colombia, valora que el término cumplió con el propósito inicial de hacer más cercano a la gente un tema complejo como la reforma al Sistema General de Regalías. Pero añade que pueden perderse de vista las relaciones clientelistas o incluso corruptas entre el Gobierno Nacional y el Congreso de la República:
“A veces por esa multiplicidad de términos pareciera que no terminamos de entender en concreto como sociedad qué es corrupción y cómo podemos atacarla. Si mermelada se asimila con corrupción, uno podría quedarse corto en la medida en que lo hace demasiado sencillo. Ese concepto o práctica antes se utilizaba con engrasar o aceitar la maquinaria”.
Para Hernández, es clave problematizar y profundizar en estos asuntos para hacer mejor pedagogía sobre cuándo esas transacciones políticas son debidas o indebidas. “Sobre todo cuando no hemos logrado una solución de fondo a esa relación nociva o intromisión indebida entre los poderes ejecutivo y legislativo. Ahí todavía hay un trabajo muy grande por hacer”, dice el director de Transparencia por Colombia.
El uso de la expresión “mermelada” en la política colombiana se instaló en la opinión pública desde hace más de 10 años. Aún hoy muchos medios, y políticos, lo usan sin profundizar en el complejo entramado que intenta describir. Pasaron los dos gobiernos de Santos y ahora, ad portas de la transición Duque-Petro, el uso peyorativo de la mermelada sigue ahí, sin fecha de vencimiento.
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